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La esposa acababa de fallecer, pero debajo de la cama siempre se escuchaban ruidos extraños. Un día, el esposo decidió mirar qué ocurría, y lo que descubrió lo dejó completamente impactado…

Capítulo 1: Susurros bajo la cama


El reloj de pared marcaba las diez de la noche y la casa estaba sumida en un silencio extraño. Juan se recostaba en su cama, con los ojos abiertos, escuchando cada crujido, cada suspiro del viento que colaba por la ventana mal cerrada. Desde la muerte de Mariana, su esposa, apenas hacía un mes, cada noche sentía que la casa estaba viva de manera extraña. Sobre todo, bajo la cama del dormitorio principal, un lugar que antes parecía inofensivo, ahora producía ruidos que lo ponían los nervios de punta.

Al principio pensó que era su imaginación. La pena por la pérdida de Mariana le hacía ver sombras donde no las había, escuchar ecos donde solo había silencio. Sin embargo, noche tras noche, el mismo sonido lo despertaba: un crujido suave, seguido de un leve roce como si algo pequeño mordiera o moviera algo. Al principio había intentado ignorarlo, convencerse de que eran simples ratones, pero ahora la inquietud se había vuelto demasiado persistente.

“Debe ser un ratón… o tal vez varios”, murmuró para sí mismo, intentando calmar su corazón acelerado. Sin embargo, algo dentro de él se negaba a aceptarlo tan fácilmente. Mariana siempre cuidaba la casa con esmero; nada estaba fuera de lugar. ¿Qué podría estar provocando ese ruido constante?

Esa noche, después de asegurarse de que su hijo pequeño dormía en la habitación contigua, Juan decidió que ya no podía soportarlo más. Tomó una linterna, se arrodilló frente a la cama y con el corazón latiendo con fuerza, miró hacia el espacio oscuro bajo la estructura de madera. Sus ojos se adaptaron lentamente a la penumbra y por fin distinguió algo: un pequeño saco de arpillera, que se movía ligeramente.

“¿Qué demonios…?” murmuró, inclinado la linterna para ver mejor. Un ratón salió disparado, cruzando el piso con rapidez, y el saco cayó de su improvisada guarida. Juan contuvo el aliento. Respiró profundo y, con manos temblorosas, levantó el saco.

Al tocarlo, sintió que estaba pesado, mucho más de lo que un simple saco de arroz debería ser. Con cuidado, abrió la costura y una pequeña lluvia de granos se derramó sobre la alfombra. Pero entonces, su mirada se detuvo en algo que brillaba entre los granos: anillos de oro.

Uno, dos, tres… pronto contó diez anillos perfectamente conservados, cada uno con un brillo cálido que parecía emitir un recuerdo de Mariana. No podía creer lo que veía. Sus manos temblaban, y un nudo se formó en su garganta. Había algo más. Entre los anillos, cuidadosamente doblada, estaba una carta escrita con la letra inconfundible de Mariana.

Juan se sentó en el borde de la cama, con la carta entre las manos. La hoja estaba arrugada, pero la tinta negra estaba intacta. Tomó aire y comenzó a leer en voz baja, como si tuviera miedo de que alguien más pudiera escuchar:

"Mi amor, si estás leyendo esto, significa que ya no estoy contigo. Sé que mi partida será difícil, pero he pensado en todo. He dejado estos anillos y este mensaje para ti y nuestro pequeño. Por favor, cuida de él. Haz que crezca fuerte y feliz, como siempre soñé. No guardes mi ausencia con tristeza; guarda los momentos felices, nuestros recuerdos. Y sobre todo, no olvides que siempre te amaré, más allá de mi tiempo aquí."

Juan cerró los ojos, intentando contener el llanto. Sentía que el peso de la pérdida se volvía más tangible al sostener cada anillo, al leer cada palabra. Mariana había planeado todo. Había escondido estas joyas en el saco de arroz, justo donde él nunca pensaría mirar, y le había dejado un mensaje para asegurar que su hijo no careciera de nada.

El corazón de Juan latía con fuerza, mezclando dolor, gratitud y una inesperada sensación de culpa. ¿Por qué no había sabido que estaba tan enferma? ¿Por qué no había visto su sufrimiento silencioso? Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro, cayendo sobre los anillos que ahora sostenía con manos temblorosas.

De repente, un sonido más fuerte lo hizo saltar. No provenía del saco ni de la alfombra, sino de la pared del fondo, como si alguien estuviera intentando abrir algo. Juan se tensó. Su mente corrió hacia mil escenarios: ¿alguien había estado observando la casa mientras Mariana estaba enferma? ¿Alguien sabía de estos anillos y del saco escondido?

Respiró hondo, tratando de calmarse. El niño dormía, y cualquier ruido podría despertarlo. Lentamente, Juan se levantó y comenzó a inspeccionar cada rincón del dormitorio. Su mirada se detuvo en un pequeño espacio detrás del cabecero de la cama. Allí había una rendija que antes no había notado. Era apenas un hueco en la madera, lo suficientemente grande para que su mano pudiera entrar.

Sintió un frío recorrer su espalda. La carta de Mariana decía todo sobre amor y cuidado, pero no mencionaba esto. Con cuidado, introdujo la mano y sintió algo duro. Al principio pensó que era otra joya, pero al tirar suavemente, su corazón se detuvo. Lo que salió de la rendija no era un objeto inanimado, sino una pequeña caja de madera, cerrada con un candado antiguo.

El corazón de Juan latía desbocado. Mariana había escondido algo más, algo que ella sabía que un día él encontraría. Sus manos sudaban mientras trataba de abrir el candado, y cuando lo logró, la tapa cedió con un crujido que pareció resonar en toda la casa.

Dentro había fotografías, cartas y un cuaderno, con anotaciones que no alcanzaba a comprender completamente en aquel momento. Pero lo que sí podía ver era suficiente para detenerle la respiración: varias fotografías de Mariana con un hombre desconocido, sonriendo, abrazando al niño… y una carta que parecía escrita por ese mismo hombre, donde hablaba de dinero, secretos y promesas que Juan jamás había escuchado.

Un sudor frío recorrió su frente. Su cabeza daba vueltas. Mariana le había dejado no solo un mensaje de amor y unos anillos, sino un secreto que podría cambiarlo todo. Y lo más inquietante de todo: el hombre en las fotos parecía haber dejado instrucciones, advertencias y… amenazas.

Juan comprendió de golpe que la muerte de Mariana no era el final de todo. Lo que ella había dejado escondido bajo la cama no solo era un legado, sino una llave a un misterio que ahora él debía enfrentar solo.

Sintió que su mundo se tambaleaba. El saco de arroz con los anillos, la carta de amor, la caja secreta… todo estaba conectado. Y mientras la luna iluminaba tenuemente el cuarto, Juan supo que esa noche, el silencio de su casa había cambiado para siempre.

Y entonces, como un susurro que parecía salir de la misma sombra, escuchó nuevamente el sonido bajo la cama. Pero esta vez no era un ratón, ni granos de arroz cayendo… era algo más, algo que lo observaba y esperaba.

Juan tragó saliva. La decisión estaba tomada: iba a descubrir todo, sin importar el peligro, sin importar el miedo. Porque lo que Mariana había dejado no era solo oro, ni cartas… era un secreto que podía cambiar su vida y la del hijo que tanto amaba.

Con un nudo en la garganta y las manos temblorosas, miró hacia el oscuro espacio bajo la cama y murmuró:

—Mariana… ¿qué me dejaste?

Y la casa pareció responder con un silencio aún más profundo, como si guardara sus secretos hasta el momento justo.

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Capítulo 2: Secretos entre sombras


El amanecer llegó con un silencio pesado sobre la casa. Juan apenas había cerrado los ojos, pero la imagen de la caja y las fotografías seguía grabada en su mente. Se sentó en la cama, con la carta de Mariana arrugada en sus manos, y observó los anillos que todavía brillaban bajo la luz de la mañana. Cada pieza de oro parecía contar una historia que él aún no comprendía del todo.

El niño dormía plácidamente, ajeno a la tormenta que agitaba a su padre. Juan se levantó con cuidado, intentando no hacer ruido. Caminó hacia la cocina, donde el sol de la mañana iluminaba los granos de arroz que se habían derramado la noche anterior. La realidad lo golpeaba con fuerza: Mariana había previsto su muerte, había escondido un tesoro y un mensaje, y además había dejado algo más, algo que parecía peligroso.

Con el corazón aún acelerado, decidió que debía investigar la caja con calma. Tomó un cuaderno de Mariana que había encontrado dentro y comenzó a hojearlo. Las páginas estaban llenas de anotaciones minuciosas: fechas, nombres, lugares. Había un hombre recurrente mencionado en varias páginas, identificado solo con las iniciales E.R., y cada mención iba acompañada de advertencias y secretos que Juan no lograba comprender por completo.

El primer sentimiento que lo invadió fue la confusión. Mariana, siempre transparente con él, había guardado un secreto tan profundo que ni siquiera él podía sospechar. Sin embargo, la gratitud y el amor por su esposa lo empujaban a seguir adelante: debía entender todo por su hijo, por su futuro, por el recuerdo de Mariana.

Decidió comenzar con las fotografías. Cada una mostraba a Mariana con un hombre de mediana edad, cabello oscuro y ojos penetrantes. En algunas fotos aparecía abrazando al niño, sonriendo. En otras, parecía conversar en voz baja con él, con un gesto que Juan no podía interpretar. Lo más inquietante era que en todas las fotos, E.R. sostenía algo: sobres, documentos, pequeños objetos envueltos en tela.

Mientras observaba las fotos, Juan sintió un escalofrío. La sensación de ser observado regresó, esta vez más intensa que la noche anterior. Se levantó de un salto y recorrió la habitación, buscando alguna señal de que alguien más estuviera en la casa. Nada. Solo el viento moviendo las cortinas y el eco de su propia respiración.

Decidió que necesitaba respuestas. Si Mariana había confiado en él lo suficiente como para dejarle estos anillos y mensajes, debía haber dejado una pista sobre E.R., sobre quién era y qué significaba para su familia. Volvió al cuaderno y leyó con más atención. Encontró un párrafo que lo dejó helado:

"Si algo me sucede antes de tiempo, confío en que Juan sabrá cuidar de nuestro hijo. Los anillos son más que oro; son la garantía de un futuro seguro. Pero E.R. no es lo que parece. Hay secretos que solo él y yo conocemos. Juan debe ser fuerte y prudente. No todo lo que parece es lo que es."

Juan sintió un nudo en la garganta. Mariana había advertido sobre E.R., pero no explicaba más. ¿Quién era este hombre que ella mencionaba con tal gravedad? ¿Por qué parecía ligado a su hijo? Cada pregunta parecía abrir otra puerta hacia un misterio más profundo.

Decidió entonces revisar los sobres que E.R. sostenía en las fotos. Juan los encontró dentro de la caja; estaban cuidadosamente sellados, con la inicial E.R. marcada en tinta negra. Al abrir uno de ellos, halló documentos: escrituras, recibos de cuentas bancarias, cartas con instrucciones financieras. Mariana había previsto la seguridad económica de su hijo, pero también parecía haber dejado una advertencia sobre algo más.

Mientras examinaba los documentos, escuchó nuevamente el sonido bajo la cama. Esta vez no era un susurro ni un crujido leve. Era un golpe más fuerte, repetido, como si alguien o algo estuviera tratando de llamar su atención. Juan tragó saliva y miró hacia la oscuridad con los ojos muy abiertos.

—¿Quién está ahí? —preguntó con voz temblorosa.

Nadie respondió. Pero un leve movimiento lo hizo avanzar. Con la linterna en mano, se inclinó hacia el espacio bajo la cama. Esta vez no había saco de arroz, ni ratones, ni anillos. Solo un pequeño sobre negro que no había visto antes. Juan lo tomó con cuidado y notó que estaba sellado con cera. Al romper el sello, encontró un papel doblado con una sola frase:

"No confíes en nadie más que en tu corazón. El tiempo revelará todo."

Juan sintió un escalofrío. La advertencia era clara, pero también críptica. Mariana había planeado todo, pero aún había secretos que él no entendía. ¿Quién había dejado este sobre? ¿E.R.? ¿Mariana misma antes de morir? Cada posibilidad lo llenaba de temor y curiosidad.

Esa tarde, Juan decidió salir de la casa y buscar información sobre E.R. Comenzó por preguntar a vecinos y amigos de Mariana, pero nadie parecía conocer a ese hombre. Algunos lo mencionaban vagamente, con gestos de duda; otros negaban haber oído hablar de él jamás. La búsqueda parecía un laberinto sin salida.

Sin embargo, cuando visitó la oficina de Mariana, un viejo consultorio donde ella trabajaba como diseñadora de interiores, encontró algo que lo sorprendió: una carpeta marcada con las iniciales E.R., escondida entre los archivos de la oficina. Dentro había planos, contratos y un cuaderno más, lleno de notas que vinculaban a E.R. con varios proyectos que Mariana había manejado en secreto.

De repente, el teléfono de Juan sonó. Era un número desconocido. Al contestar, una voz masculina, grave y calmada, dijo:

—Juan… sé que estás buscando respuestas sobre Mariana. Es hora de que sepas la verdad.

Juan sintió cómo su corazón se detenía. La voz continuó:

—No todo lo que creías saber sobre tu esposa es cierto. Mariana hizo lo que tuvo que hacer para protegerte a ti y a tu hijo. Pero hay fuerzas que no puedes imaginar. Si quieres sobrevivir, debes escucharme… y venir solo.

El miedo y la confusión se mezclaron en el pecho de Juan. Su mundo, que hasta hace un mes parecía estable y predecible, ahora se había convertido en un laberinto de secretos, advertencias y misterios que él no entendía del todo. Mariana había muerto, pero su legado y sus secretos vivían, y parecían querer probar la fuerza y la determinación de Juan.

Mientras colgaba el teléfono, escuchó nuevamente el sonido bajo la cama. Esta vez fue diferente: un golpe final, más firme, más insistente, como si alguien o algo quisiera recordarle que no estaba solo en la casa. Juan comprendió de golpe que la historia apenas comenzaba, y que los próximos pasos que diera podrían cambiar su vida para siempre.

Y así, mientras el sol comenzaba a ocultarse tras los edificios y calles de la ciudad, Juan sabía que debía tomar una decisión: enfrentar los secretos de Mariana y el misterio de E.R., aunque eso significara poner en riesgo su propia vida y la de su hijo.

El capítulo terminó con un pensamiento que lo hizo estremecer:

"Mariana me dejó todo… menos la verdad completa. Y ahora, la verdad está a punto de encontrarse conmigo."

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Capítulo 3: La verdad revelada


Esa noche, Juan no pudo dormir. Las sombras de la casa parecían más densas, más vivas, y cada crujido de la madera le recordaba que no estaba solo. El sobre negro, la carta de Mariana, los anillos y las fotos seguían sobre la mesa del comedor, esperando que Juan comprendiera lo que su esposa había dejado para él. Su mente no dejaba de girar en torno a una pregunta: ¿quién era realmente E.R. y qué papel tenía en la vida de Mariana y de su hijo?

Al amanecer, Juan decidió seguir la instrucción que le había dado la voz misteriosa en el teléfono: acudir al lugar indicado, solo. Aunque su corazón latía con fuerza y la incertidumbre lo hacía temblar, sabía que no podía retroceder. Por su hijo, por Mariana, debía enfrentarlo. Tomó los anillos y la carta, guardándolos en su bolsillo, y se dirigió al lugar que le habían señalado: un viejo taller en el barrio donde Mariana había trabajado en algunos proyectos secretos.

Al llegar, el taller estaba cerrado, pero una ventana lateral estaba entreabierta. Juan entró con cautela y se encontró con un hombre de mediana edad, con cabello oscuro y ojos penetrantes. Al instante reconoció a E.R. de las fotos. El hombre lo observó con calma y, sin palabras, lo invitó a sentarse.

—Juan —dijo finalmente con voz grave—. Mariana confió en ti más de lo que imaginaste. Pero también sabía que había cosas que debías descubrir por ti mismo. Todo lo que ves aquí, los anillos, los documentos, las fotografías… son parte de un plan para proteger a tu hijo y a ti.

Juan tragó saliva, intentando comprender. —Pero… ¿quién eres tú? —preguntó, su voz temblando—. ¿Qué relación tenías con Mariana?

E.R. suspiró y comenzó a relatar la historia. Mariana y él habían trabajado juntos en varios proyectos importantes, algunos de ellos relacionados con inversiones y propiedades familiares que no podían caer en malas manos. Mariana había descubierto que ciertos negocios familiares estaban en riesgo, y que existían personas que podrían aprovecharse de su situación. Para proteger a su hijo y a Juan, había ideado un plan: los anillos no eran solo joyas, sino garantías financieras, documentos que aseguraban la seguridad del niño, y cartas con instrucciones que solo Juan podría seguir.

—Mariana sabía que su enfermedad avanzaba —continuó E.R.—. Ella quería asegurarse de que tú y tu hijo estuvieran a salvo. Por eso dejó estos mensajes y objetos escondidos. Todo estaba pensado para que solo alguien con tu amor y compromiso pudiera encontrarlo y entenderlo.

Juan se quedó en silencio. El dolor de perder a Mariana se mezclaba con la gratitud y la sorpresa. Todo tenía sentido, y a la vez, no podía creer que su esposa hubiera soportado tanto sin decírselo.

—Pero hay algo más —dijo E.R.—. No solo se trataba de dinero y seguridad. Algunos documentos revelan cómo ciertos familiares o conocidos podrían intentar acercarse a tu hijo por interés. Mariana me pidió que te guiara si llegabas hasta aquí. Nunca quiso que el niño estuviera en peligro, ni que tú sufrieras más de lo necesario.

Juan sintió un nudo en la garganta. Todo el misterio, los anillos, la caja, los sobres… finalmente empezaban a encajar. Mariana había protegido a su familia incluso más allá de la muerte. Por un instante, Juan tuvo la tentación de romper en llanto, pero decidió mantener la compostura. Su hijo necesitaba un padre fuerte, y él debía serlo.

—Gracias —dijo finalmente—. Por ayudarla, por… todo.

E.R. asintió con solemnidad y le entregó un último sobre, sellado. —Abre esto solo cuando estés listo. Mariana quería que supieras que no estabas solo, y que todo tenía un propósito.

De regreso a casa, Juan se sentó junto al niño dormido y abrió el sobre. Dentro encontró un cuaderno pequeño, con páginas llenas de mensajes para él y para su hijo: consejos sobre la vida, historias familiares, secretos de la infancia de Mariana que ella quería que el niño conociera, y un último mensaje que hizo que las lágrimas brotaran de sus ojos:

"Juan, gracias por amarnos. Si alguna vez dudas de tu fuerza, recuerda que nuestra familia es más fuerte que cualquier obstáculo. Cuida de nuestro hijo, enséñale a amar, a respetar, y a vivir con alegría. Yo siempre estaré con ustedes, aunque no me vean."

Juan abrazó al niño, sintiendo que Mariana estaba allí, presente en cada palabra, en cada anillo, en cada recuerdo. Por primera vez en semanas, una paz profunda lo invadió. Sabía que la tristeza nunca desaparecería del todo, pero también comprendió que el amor de Mariana había dejado una guía, un legado que él podía seguir para proteger a su hijo y honrar su memoria.

Pasaron los días, y Juan comenzó a poner en práctica todo lo que Mariana había dejado. Los anillos se convirtieron en garantía de seguridad para la educación y futuro del niño. Los documentos y cartas le ayudaron a tomar decisiones acertadas para proteger a su familia. Cada noche, cuando escuchaba un ruido extraño, recordaba que Mariana había pensado en todo, y que él debía confiar en su instinto, en su amor por ella y por el niño.

Con el tiempo, la casa dejó de sentirse tan solitaria. Los susurros bajo la cama se volvieron recuerdos lejanos, y Juan encontró fuerza en la rutina, en los pequeños momentos con su hijo, y en la memoria de Mariana. Comprendió que la vida continuaba, y que aunque el dolor era inevitable, el amor podía transformarlo en fuerza y esperanza.

Un año después, mientras el niño jugaba en el patio con risas que llenaban la casa, Juan colocó uno de los anillos en la mano del pequeño, explicándole con voz suave:

—Esto perteneció a tu mamá. Es para recordarte que siempre te cuidará, aunque no la veamos.

El niño sonrió, y Juan sintió que Mariana estaba allí, observando, sonriendo también. La verdad había salido a la luz, los secretos se habían resuelto, y el amor de Mariana seguía guiando sus pasos, más allá del tiempo y de la muerte.

Y así, con el corazón lleno de recuerdos y la certeza de que el amor verdadero puede superar cualquier adversidad, Juan cerró la puerta de la casa, no como un hombre solo y perdido, sino como un padre que llevaba consigo la fuerza de Mariana y la promesa de proteger a su hijo para siempre.

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