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La exnovia del novio apareció de repente, mostrando su embarazo y pidiendo que le cedieran al esposo. La novia, como siempre, la recibió con amabilidad y luego se inclinó hacia la joven embarazada, susurrándole una sola frase que la dejó pálida…

 Capítulo 1: El inicio de la tormenta


La plaza central del pequeño pueblo estaba vestida de fiesta. Los colores vibrantes de las flores colgaban de los balcones, y las banderitas de papel picado danzaban con el viento cálido de la tarde. Dentro del gran salón de la casa de la familia de la novia, los invitados charlaban animadamente mientras los músicos afinaban violines y guitarras, preparando la serenata que acompañaría la ceremonia. Todo parecía perfecto, como sacado de un cuento, y la sonrisa de Mariana, la novia, iluminaba cada rincón. Su vestido blanco resplandecía bajo los rayos del sol que se colaban por los ventanales.

Diego, el novio, no podía apartar la mirada de ella. Su semblante reflejaba emoción y un leve nerviosismo, pero sobre todo, la certeza de que aquel día marcaría un antes y un después en su vida. Los familiares se acomodaban en sus lugares, y algunos amigos murmuraban sobre lo elegante que se veía Mariana, mientras otros comentaban lo guapo que estaba Diego, un joven de ojos claros y porte distinguido. Todo era alegría y expectativas.

El sacerdote comenzó la ceremonia, pronunciando palabras que hablaban de amor, compromiso y respeto mutuo. Mariana y Diego se miraban con ternura, entrelazando sus manos, mientras los invitados asentían y sonreían, felices por la pareja. Pero en medio de aquella armonía, la puerta del salón se abrió de golpe. Un silencio incómodo se extendió como un frío sobre la multitud.

Una figura caminaba lentamente hacia el centro de la sala: era Sofía, la exnovia de Diego. Su rostro mostraba determinación y miedo a la vez. Pero lo que más llamó la atención fue su vientre abultado, imposible de ignorar. Murmuraban los invitados, algunos alarmados, otros incrédulos. La tensión aumentaba con cada paso que daba Sofía, y todos los ojos se fijaban en ella.

—¡Diego! —gritó Sofía, con voz temblorosa pero firme—. ¡Debes escucharme!

La multitud contuvo el aliento. Mariana, en lugar de mostrar sorpresa o enojo, mantuvo la calma. Su sonrisa seguía intacta, casi serena, mientras miraba a la joven que había irrumpido en la boda con un mensaje que podría arruinarlo todo.

Sofía continuó, con lágrimas comenzando a deslizarse por sus mejillas:

—¡Estoy embarazada! ¡Este hijo es tuyo, Diego! ¡No puedes casarte mientras yo… mientras yo…!

El salón quedó en silencio absoluto. Los familiares de Mariana intercambiaron miradas preocupadas, y Diego se quedó congelado, sin saber cómo reaccionar. Algunos invitados susurraban entre ellos, mientras otros simplemente observaban, sin atreverse a hablar.

Mariana, entonces, dio un paso hacia Sofía. Se inclinó un poco, acercándose para que su voz fuera sólo audible para la joven:

—Chica, sabes muy bien que ese bebé no es mío ni de Diego. Y si quieres, puedo mostrarte las pruebas —dijo, con una calma que parecía casi fría, pero sus ojos brillaban con seguridad—.

Sofía se detuvo en seco, sorprendida. Su rostro pasó del orgullo a la confusión, y luego a la vergüenza. Mariana continuó:

—Un amigo me contó tu plan hace semanas. Pensaste que podías arruinar nuestra boda, que Diego no se daría cuenta. Pero aquí estoy, con todo comprobado. —Hizo una pausa, y su mirada penetrante se clavó en la de Sofía—. No sólo sabía de tus mentiras, sino que tengo fotos y mensajes que lo prueban.

Sofía bajó la cabeza, su rostro enrojecido, mientras un temblor recorría su cuerpo. La música en el salón parecía haberse detenido, y los murmullos se transformaron en un silencio que pesaba como una losa. Diego miraba a ambas, incapaz de pronunciar palabra, mientras su corazón latía desbocado.

Mariana dio un paso atrás, volvió a sonreír levemente, y se dirigió a los invitados como si nada hubiera pasado:

—Disculpen la interrupción. Todo está bajo control.

Sofía, con los ojos llenos de lágrimas, retrocedió unos pasos, avergonzada y derrotada. No dijo ni una palabra más. Giró sobre sus talones y salió del salón, dejando tras de sí un rastro de confusión y susurros incrédulos. La tensión permaneció en el aire mucho después de que la puerta se cerrara.

Mariana se volvió hacia Diego, tomando su mano con firmeza, y susurró:

—No dejes que nadie arruine lo que hemos construido juntos.

El joven, todavía en shock, apenas logró asentir. Aunque la amenaza se había disipado, algo dentro de él sabía que aquello no era el final. La sombra de lo ocurrido permanecía, y el futuro se veía incierto.

Mientras los invitados intentaban retomar la celebración, los corazones de todos palpitaban con fuerza. Nadie podía olvidar la escena que acababa de presenciar. La boda continuaría, sí, pero la tormenta apenas comenzaba.

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Capítulo 2: Ecos de la tormenta


El salón aún vibraba con la tensión que había dejado la salida de Sofía. Las conversaciones eran susurros nerviosos; los invitados intercambiaban miradas rápidas, algunos intentando no mostrar su curiosidad, otros simplemente sorprendidos por la audacia de la joven. La música se había detenido, y solo el murmullo de las conversaciones apagadas rompía el silencio que se había instalado como una pesada nube.

Diego seguía inmóvil, con los ojos fijos en la puerta por donde Sofía había desaparecido. Su mente era un torbellino de confusión y culpa: ¿cómo no se había dado cuenta antes? ¿Cómo había permitido que alguien cercano a él planeara algo tan extremo? Mariana, notando su desconcierto, le apretó suavemente la mano, transmitiéndole una calma que parecía imposible en medio del caos.

—Respira, Diego —susurró Mariana—. Todo está bajo control.

Diego asintió lentamente, intentando recuperar la compostura, mientras un nudo de vergüenza y alivio se debatía en su pecho. La boda debía continuar, pero las sombras del incidente persistían.

La madre de Mariana, doña Carmen, se acercó con el ceño fruncido, aún indignada por la interrupción, pero agradecida por la manera en que su hija había manejado la situación.

—Hija, has sido valiente —dijo, con un hilo de voz firme—. No cualquiera podría enfrentarse así a alguien que intenta destruir su felicidad.

Mariana esbozó una sonrisa leve, pero sus ojos reflejaban un cansancio inesperado. Aún sentía la adrenalina recorrer sus venas, y sabía que aquel capítulo apenas comenzaba.

Mientras tanto, los familiares de Diego intercambiaban miradas inquietas. Su madre, doña Isabel, intentaba calmarse, pero no pudo evitar lanzar un vistazo reprochador hacia su hijo:

—Diego, esto… esto es muy serio —dijo—. No podemos ignorar lo que pasó.

—Lo sé, mamá —respondió Diego, su voz temblorosa—. Pero Mariana tiene razón. Todo esto fue planeado para provocarnos.

Doña Isabel suspiró, intentando controlar su indignación y preocupación, mientras los invitados comenzaban a retomar sus lugares. Sin embargo, la atmósfera estaba impregnada de un nuevo respeto y cierta aprensión hacia Mariana. La joven novia había demostrado no solo serenidad, sino también inteligencia y firmeza, dejando claro que nadie podía manipularla.

Mariana, consciente de que la tensión no se disiparía por sí sola, decidió dar un paso adelante. Tomó la palabra frente a los invitados:

—Sé que muchos de ustedes han sido testigos de algo inesperado —dijo, con voz clara y firme—. Pero quiero que sepan que no voy a permitir que mentiras o manipulaciones afecten lo que hoy celebramos. Esta boda no es solo un acto de amor entre Diego y yo, sino también una unión de familias, de amigos y de respeto mutuo.

Hubo un murmullo de aprobación. Algunos invitados asintieron, otros aplaudieron discretamente. Mariana, entonces, miró directamente a Diego, transmitiéndole con la mirada que estaba a su lado, pase lo que pase.

Pero aunque la ceremonia continuaba, un pensamiento no dejaba de rondar la mente de Diego: ¿Sofía realmente había aceptado su derrota? ¿O aquel era solo el primer acto de un plan más grande? El miedo de que algo más estuviera por venir se mezclaba con la alegría del momento, creando una sensación extraña e inquietante.

Cuando llegó el momento del intercambio de votos, Diego respiró hondo y recitó sus palabras con una firmeza que sorprendió incluso a él mismo:

—Mariana, desde que te conocí, supe que eras alguien especial. No hay obstáculo que pueda cambiar lo que siento por ti, y hoy, ante nuestras familias y amigos, prometo cuidarte y respetarte siempre.

Mariana, con los ojos brillando de emoción, respondió:

—Diego, juntos podemos enfrentar cualquier desafío. Mi amor por ti es más fuerte que cualquier mentira o engaño. Te elijo hoy y siempre.

El salón estalló en aplausos, y por un momento, la tensión pareció disiparse. Los familiares se relajaron, y algunos invitados murmuraban con sonrisas de alivio. Sin embargo, el ambiente seguía cargado de una electricidad silenciosa, como si todos supieran que la historia no había terminado.

Horas después, durante la recepción, mientras los invitados bailaban y reían, Mariana se retiró unos pasos hacia un balcón con vista al jardín. Allí estaba sola, contemplando la plaza decorada con luces titilantes y banderitas de colores. Sabía que Sofía no se rendiría tan fácilmente, y el pensamiento le provocaba un escalofrío.

En ese instante, su teléfono vibró con un mensaje anónimo:

"Ella no se detendrá. Prepárate para lo que viene."

El corazón de Mariana dio un salto. Aunque había vencido en el primer enfrentamiento, comprendió que la verdadera prueba apenas comenzaba. La sombra de Sofía se cernía sobre ellos, y la boda perfecta, por más que brillara, estaba lejos de ser tranquila.

Mientras Mariana guardaba el teléfono y respiraba profundo, Diego apareció a su lado, sin preguntar, simplemente tomando su mano y mirándola con confianza. Sus ojos decían lo mismo que sus palabras no podían: estamos juntos en esto.

Pero en el fondo, ambos sabían que la tormenta no había pasado. Solo había cambiado de forma, y la oscuridad de la duda y la traición se acercaba silenciosa, lista para desafiar su felicidad recién conquistada.

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Capítulo 3: La verdad sale a la luz


El amanecer del día siguiente llegó con una calma engañosa sobre el pequeño pueblo. La fiesta de la boda había terminado la noche anterior, pero en la casa de Mariana aún flotaba el eco de las emociones intensas: risas nerviosas, aplausos y, sobre todo, el recuerdo de Sofía irrumpiendo en la ceremonia. La joven novia sabía que no podía dejar que aquello se repitiera; debía actuar antes de que la sombra de su rival volviera a aparecer.

Diego llegó temprano, decidido a hablar. Su rostro reflejaba preocupación, pero también determinación. Se sentaron juntos en la sala, rodeados de recuerdos de la boda, fotografías y flores que aún no habían sido retiradas. Mariana lo miró con ternura, pero su mirada también tenía un brillo firme: no permitiría que nada ni nadie amenazara su felicidad.

—Diego, no podemos ignorarlo —dijo Mariana—. Aunque ella se haya ido avergonzada, alguien podría intentar repetirlo, o incluso peor. Necesitamos pruebas y estrategias.

Diego asintió, tomando sus manos entre las suyas:

—Lo sé. Gracias a ti, ya no siento miedo de enfrentarla. Pero no quiero que esto vuelva a arruinar nuestra vida juntos.

Mariana sonrió, y juntos comenzaron a organizar las pruebas que ella había recolectado: mensajes, fotos y correos que demostraban que el supuesto embarazo y las acusaciones de Sofía eran parte de un plan cuidadosamente planeado para sabotear su boda. Cada evidencia confirmaba lo que Mariana ya sabía: Sofía no solo mentía, sino que su intención era manipular y controlar.

Horas más tarde, Mariana recibió una llamada inesperada. Era un familiar de Sofía, con voz temblorosa:

—Mariana… Sofía… quiere verte. Dice que no puede más con la culpa.

Mariana intercambió una mirada con Diego. No esperaba un gesto así, pero entendió que esta era la oportunidad para cerrar de una vez el conflicto. Decidieron reunirse en un café cercano, discreto, donde pudieran hablar sin interrupciones.

Cuando Sofía apareció, ya no había rastro de arrogancia en su rostro. Sus ojos reflejaban vergüenza y miedo. Mariana se mantuvo firme, mirándola con calma.

—Sofía —dijo Mariana, con voz serena pero firme—. Quiero que esto termine aquí. No hay necesidad de más mentiras, ni de juegos. ¿Por qué lo hiciste?

Sofía bajó la cabeza, temblando:

—…No sabía cómo… pensé que si… si hacía algo así, Diego volvería conmigo. Pero… me equivoqué. No quise lastimarte…

Mariana respiró hondo, sintiendo que la tensión de los últimos días empezaba a disiparse:

—Ahora sabes que todo fue descubierto. Tienes la opción de arrepentirte y asumir tus errores, o continuar con mentiras que solo te humillarán más.

Sofía se tragó las palabras, incapaz de sostener la mirada de Mariana. Finalmente, asintió lentamente y se alejó, sabiendo que su intento de manipulación había fracasado y que su reputación estaba en juego.

Cuando Mariana regresó junto a Diego, se sentó frente a él y tomó su mano:

—Todo está bien ahora —dijo—. Ya nadie puede interferir entre nosotros. La verdad salió a la luz, y nuestra relación es más fuerte por ello.

Diego suspiró, aliviado, y la abrazó con fuerza:

—Nunca dejaremos que nada nos separe. Gracias por tu valentía y por tu confianza.

El sol brillaba fuera del café, iluminando sus rostros con una calidez reconfortante. En ese momento comprendieron que la verdadera prueba no había sido la aparición de Sofía, sino su capacidad para mantenerse unidos frente a la adversidad.

De regreso en la casa de Mariana, las familias celebraban en silencio la tranquilidad recuperada. La boda, aunque marcada por un incidente dramático, había demostrado la fortaleza de la pareja y el respeto que se tenían. Los amigos se acercaban a felicitarlos, reconociendo no solo su amor, sino también la inteligencia y valentía de Mariana al enfrentar la situación.

Esa noche, mientras la luna bañaba la plaza con luz plateada, Mariana y Diego caminaron juntos por el jardín, recordando los momentos difíciles que acababan de superar. Cada paso reafirmaba su compromiso y su confianza mutua: ningún engaño ni manipulación podría romper lo que habían construido con amor y respeto.

La sombra de Sofía había desaparecido, y con ella, la amenaza que había empañado brevemente su felicidad. Lo que quedaba era el comienzo de una nueva etapa: una vida juntos, basada en la sinceridad, la fuerza y la certeza de que, cuando la verdad sale a la luz, el amor verdadero siempre prevalece.

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