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Un joven, durante un viaje a las tierras altas, se perdió accidentalmente en el bosque. Al caer la noche, encontró una casa aislada en medio del bosque y pidió refugio para pasar la noche. Al entrar, se quedó horrorizado al ver colgada en la pared una fotografía suya de cuando era niño…

Capítulo 1: El bosque olvidado


El sol empezaba a ocultarse detrás de las montañas, tiñendo de naranja y púrpura las cumbres del altiplano mexicano. Alejandro, un joven de veintitrés años, caminaba con paso cansado por un sendero estrecho y pedregoso, su mochila golpeando su espalda con cada paso. La emoción del viaje se había transformado en ansiedad: se había separado del grupo de turistas mientras tomaba fotos de un río cristalino que serpenteaba entre los pinos. El bosque, que antes parecía pintoresco y acogedor, ahora lo rodeaba con sombras alargadas que se movían con el viento.

Alejandro intentó retroceder, pero pronto se dio cuenta de que no reconocía ningún sendero. Cada árbol, cada roca, cada curva del terreno parecía idéntica a la anterior. El corazón le latía con fuerza y un sudor frío recorría su espalda. A lo lejos, escuchó el murmullo del río, pero al acercarse, el sonido se perdió entre el crujir de las ramas secas. La oscuridad avanzaba rápido. La noche en el altiplano no perdona a quienes se aventuran sin preparación.

—No puede ser… —murmuró, con la voz temblorosa, mientras buscaba un refugio—. Tengo que encontrar un lugar seguro.

Caminó unos minutos más, casi a tientas, hasta que divisó, entre la neblina que comenzaba a bajar, la silueta de una casa. No era una cabaña cualquiera: las paredes de madera tenían un tono grisáceo, los tejas rojas estaban cubiertas de musgo, y una luz cálida se filtraba por la ventana. Alejandro corrió hacia ella, con la esperanza de encontrar a alguien que pudiera ayudarlo.

—¡Hola! —gritó, golpeando la puerta con fuerza—. ¡Por favor, necesito refugio!

La puerta se abrió lentamente, y un hombre mayor apareció. Sus cabellos eran completamente blancos, su rostro surcado por arrugas profundas y sus ojos, de un color café intenso, transmitían una mezcla de sorpresa y cautela. Llevaba un delantal sobre una camisa sencilla, como si hubiera estado cocinando.

—¿Quién eres, joven? —preguntó con voz grave, aunque no amenazante.

—Me… me perdí en el bosque. ¿Podría pasar solo por esta noche? —dijo Alejandro, temblando ligeramente.

El anciano lo miró fijamente por un momento, como si evaluara cada palabra y cada gesto. Luego asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Entra. Aquí estarás seguro. —La voz del hombre tenía un tono cálido, que aliviaba un poco la tensión de Alejandro.

Al cruzar el umbral, Alejandro se sorprendió. La casa estaba decorada con fotos antiguas y muebles de madera que parecían llevar décadas allí. Pero lo que más lo dejó paralizado fue una foto enmarcada colgada en la pared del salón: un niño que parecía idéntico a él, con ojos grandes y negros, sonrisa tímida y cabello oscuro peinado hacia un lado. Alejandro dio un paso atrás, sin poder apartar la vista.

—Disculpe… ¿ese niño… es su hijo? —preguntó con un hilo de voz, señalando la foto.

El anciano bajó la mirada hacia la fotografía, sus manos temblorosas apoyadas en el marco. Sus ojos se humedecieron.

—Sí… era mi hijo… —dijo, con un suspiro que parecía cargar décadas de tristeza—. Lo perdí hace muchos años, durante un viaje al mercado… nunca volví a verlo.

Alejandro sintió que su corazón se detenía. Un torrente de emociones lo invadió: incredulidad, confusión, miedo y algo más profundo, una extraña sensación de pertenencia.

—Pero… esto es imposible —murmuró—. Mi padre… —sacó su teléfono y marcó rápidamente—. Necesito confirmarlo.

Tras unos minutos que parecieron eternos, Alejandro escuchó la voz de su padre al otro lado de la línea. Las palabras fueron cortas, pero suficientes para arrancarle un suspiro que contenía años de ausencia y dolor: el niño en la foto era efectivamente él, y aquel anciano, su abuelo, a quien jamás había conocido porque la familia se había separado tras aquel incidente.

El anciano lo observaba en silencio, como si estuviera viendo a un hijo perdido que regresaba después de décadas. Alejandro bajó el teléfono, con lágrimas que le resbalaban por las mejillas. El aire dentro de la cabaña parecía haberse vuelto más denso, lleno de recuerdos, secretos y un pasado que ahora se encontraba cara a cara con el presente.

—No puedo creerlo… —susurró Alejandro—. Todo este tiempo… y ahora… —su voz se quebró.

El abuelo, con las manos aún temblorosas, le tomó la cara suavemente:

—Hijo mío… o mejor dicho… nieto mío. Nunca dejé de buscarte en mis sueños.

Alejandro se dejó abrazar, pero su mente no dejaba de girar en mil preguntas: ¿por qué nadie le había hablado de él antes? ¿Qué había pasado realmente aquel día en el mercado? ¿Por qué su padre no había vuelto a ver a su propio padre? Cada pregunta parecía más urgente, más apremiante.

La noche avanzaba y la lluvia comenzó a golpear el techo de manera intermitente. Dentro de la cabaña, la luz cálida de la lámpara iluminaba los rostros de ambos hombres, jóvenes y viejos, separados por años, pero unidos por la sangre y el destino. Alejandro, aún temblando, sacó una foto reciente de su padre y se la mostró al anciano.

—¿Reconoce a este hombre? —preguntó con voz quebrada.

El abuelo tomó la foto, sus ojos se llenaron de lágrimas. Su rostro se iluminó con un recuerdo doloroso y a la vez alegre.

—¡Es él! —exclamó con voz entrecortada—. Es mi hijo… mi Alejandro… —la emoción lo hizo arrodillarse, sosteniendo la fotografía como si fuera lo más preciado del mundo.

En ese momento, el teléfono sonó de nuevo. Era un número desconocido que apareció en la pantalla. Alejandro contestó, y del otro lado, la voz era extraña, siniestra, interrumpiendo la calma que empezaba a instalarse en la cabaña:

—Alejandro… no deberías haber vuelto allí…

El silencio se rompió, y un frío recorrió la espalda del joven. La voz parecía conocerlo, conocer a su familia, y algo en su tono le hizo entender que la verdad que había descubierto hasta ahora era apenas una fracción de un misterio mucho más profundo y peligroso.

El abuelo miró a Alejandro con los ojos desorbitados, sabiendo que aquella llamada traía consigo algo que podría cambiarlo todo.

—Tienes que escucharme… —dijo, mientras cerraba la puerta con fuerza, como si quisiera protegerlo de algo que aún no entendían completamente.

El viento aullaba afuera, mezclándose con la lluvia, y la luz de la lámpara parpadeaba. Alejandro sabía que su vida acababa de dar un giro inesperado, y que aquella noche, en aquella cabaña perdida en el bosque, no solo había encontrado a su abuelo… sino que también había despertado un secreto que alguien estaba dispuesto a proteger a cualquier precio.
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Capítulo 2: Sombras del pasado


La lluvia seguía golpeando el techo de la cabaña con fuerza, un sonido constante que parecía marcar el ritmo del corazón de Alejandro. La llamada misteriosa aún resonaba en su mente, y un escalofrío le recorrió la espalda. El abuelo, don Ernesto, cerró la puerta con fuerza, asegurándose de que nadie más pudiera entrar, y luego se apoyó contra la pared, respirando con dificultad.

—No sé quién fue… pero su voz… —dijo, temblando—. No era una broma, Alejandro. Hay cosas de nuestra familia que creí que estaban enterradas, pero alguien no quiere que sepamos la verdad.

Alejandro lo miró, confuso y asustado.

—¿Qué cosas, abuelo? —preguntó con voz baja—. Todo lo que sé es que tú perdiste a mi padre y ahora… yo.

Don Ernesto suspiró, pasando una mano temblorosa por su rostro.

—No solo fue un accidente en el mercado… tu padre y yo estuvimos involucrados, aunque de maneras que tú aún no entiendes. Hay personas que… que creen que ciertos secretos deben permanecer ocultos.

La habitación se sumió en un silencio pesado, roto solo por el retumbar de la lluvia. Alejandro sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Cada palabra de su abuelo parecía abrir un abismo de preguntas sin respuesta.

—Abuelo… ¿de qué estás hablando? —dijo, con la voz temblorosa.

—Hace más de treinta años —empezó don Ernesto, con la mirada perdida en un punto invisible más allá de la ventana—, tu padre y yo nos vimos envueltos en algo que nunca debimos tocar. Era un asunto con personas poderosas en la ciudad… un asunto que terminó separándonos.

Alejandro tragó saliva. Su mente comenzó a repasar los relatos que había escuchado de niño, los vacíos, las ausencias inexplicables, y todo encajó de repente de una manera dolorosa.

—¿Entonces… la separación no fue solo un accidente en el mercado? —susurró—. ¿Alguien… nos separó a propósito?

Don Ernesto asintió lentamente.

—Sí. Pero no solo eso… hay algo que debes saber. Tu madre nunca estuvo sola en esto, y tu padre… bueno, nunca imaginé que la verdad algún día llegaría a ti. —Su voz se quebró y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Alejandro, hay personas que harían cualquier cosa para evitar que sepamos lo que pasó realmente.

Un golpe seco en la puerta los sobresaltó. Alejandro y don Ernesto intercambiaron una mirada rápida. Ninguno de los dos había escuchado pasos fuera, y el sonido del bosque se mezclaba con la lluvia de manera que era imposible distinguir cualquier ruido humano.

—Debe ser el viento… —dijo Alejandro, aunque su voz carecía de convicción.

Pero el abuelo negó con la cabeza.

—No, Alejandro. No es el viento. Siento… siento que nos están observando.

El joven tragó saliva, sintiendo el miedo crecer dentro de él. Todo el descubrimiento sobre su familia, la reunión inesperada con su abuelo, el reencuentro con la historia de su padre… todo parecía estar a punto de convertirse en algo mucho más peligroso.

—Abuelo… ¿qué hacemos? —preguntó, su voz apenas un susurro.

Don Ernesto respiró hondo, intentando calmarse. Luego sacó de un cajón una caja de madera antigua, cubierta de polvo. La abrió con cuidado y mostró documentos amarillentos, cartas, fotografías antiguas y recortes de periódicos.

—Esto es lo que quedó de nuestra familia antes de la separación —explicó—. Tu padre desapareció con apenas un recuerdo de su infancia, y yo… hice todo lo posible por encontrarlo, pero había fuerzas que nos impedían unirnos.

Alejandro tomó una de las fotografías. Era su padre de niño, sentado en un mercado abarrotado, con la mirada perdida, sosteniendo la mano de alguien que parecía intentar alejarlo. Alejandro sintió un nudo en la garganta.

—Entonces… toda mi vida… —dijo, intentando encontrar las palabras—. Todo lo que creí saber… era mentira.

—No exactamente mentira —dijo don Ernesto—. Pero sí incompleto. Y ahora que tú estás aquí, Alejandro, debes saber que tu llegada no es casualidad. Alguien ha estado esperando que regresaras.

La tensión en la cabaña creció. Alejandro sentía que cada palabra de su abuelo abría una puerta a un mundo que jamás había imaginado, lleno de secretos, traiciones y misterios familiares. La lluvia arreciaba, golpeando con fuerza los ventanales.

De repente, un ruido seco y metálico resonó afuera, seguido de pasos rápidos. Ambos se quedaron en silencio, escuchando con el corazón en la garganta. El joven corrió hacia la ventana y miró hacia el bosque oscuro. Entre los árboles, sombras se movían de manera extraña, como si alguien o algo los acechara.

—No estamos solos —murmuró don Ernesto, con la voz firme pero cargada de temor—. Nos han seguido hasta aquí.

Alejandro retrocedió, sintiendo un miedo que nunca había experimentado. La cabaña que parecía un refugio seguro se había transformado en una trampa, un lugar donde el pasado y el presente se encontraban de manera peligrosa.

—Tenemos que escondernos —dijo don Ernesto, mientras buscaba una vieja escotilla que llevaba a un sótano. Alejandro lo siguió, con el corazón latiendo tan rápido que casi podía escuchar cada golpe. Bajaron con cuidado, cerrando la escotilla detrás de ellos.

En la penumbra del sótano, Alejandro vio cajas llenas de recuerdos familiares: juguetes antiguos, fotografías, cartas y documentos que contaban una historia que la familia había intentado enterrar. Don Ernesto encendió una linterna y la luz iluminó los rostros de ambos, llenos de miedo, sorpresa y determinación.

—Aquí estamos seguros… por ahora —dijo el abuelo—. Pero debemos prepararnos. Quienquiera que nos busque, no descansará hasta encontrarnos.

Alejandro asintió, aunque su mente estaba en caos. Todo lo que había descubierto en solo unas horas lo había cambiado para siempre: su identidad, su familia, y ahora, un peligro desconocido que acechaba en la oscuridad del bosque.

—Abuelo… ¿qué quieren de nosotros? —preguntó, con voz temblorosa.

Don Ernesto lo miró a los ojos, su expresión grave.

—Eso, hijo mío, es lo que debemos descubrir. Pero debes saber algo: no podemos confiar en nadie. Ni siquiera en los que parecen amigos. La verdad sobre nuestra familia… es más peligrosa de lo que imaginas.

Un golpe fuerte resonó nuevamente en la escotilla. Alejandro y don Ernesto se miraron, el miedo y la adrenalina mezclándose en sus venas. Afuera, la lluvia y la oscuridad parecían esconder algo que esperaba el momento exacto para atacar.

Alejandro sabía que su vida acababa de cambiar radicalmente: no solo había encontrado a su abuelo y la verdad sobre su padre, sino que ahora estaba envuelto en un misterio que podría poner en peligro su vida y la de su familia. Y lo peor: aún no sabía quién estaba detrás de todo esto, ni cuáles serían las consecuencias si no descubrían la verdad a tiempo.

El sótano se convirtió en su refugio, pero Alejandro comprendió que la seguridad era solo temporal. Afuera, entre la tormenta y la oscuridad, alguien los estaba observando. Y esa sombra del pasado no permitiría que escaparan fácilmente.

La tensión se volvió insoportable. Alejandro sentía que cada segundo contaba, que cada decisión podría ser fatal. La historia de su familia, los secretos ocultos y la llamada misteriosa se habían convertido en un rompecabezas mortal que apenas empezaba a armar.

Y en el silencio del sótano, mientras la tormenta rugía afuera, Alejandro comprendió que su vida ya nunca sería la misma. Cada sombra, cada crujido, cada susurro del viento podía ser una advertencia, un aviso de que el pasado estaba vivo… y dispuesto a reclamar lo que le pertenecía.

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Capítulo 3: La verdad revelada


El amanecer llegó lentamente sobre el bosque del altiplano, tiñendo de gris y oro las cumbres lejanas. Alejandro y su abuelo, don Ernesto, permanecían en el sótano, en silencio, escuchando cómo la lluvia disminuía gradualmente. Cada gota que caía parecía marcar el paso del tiempo, recordándoles que la amenaza aún acechaba afuera, aunque por el momento se escondiera en las sombras.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Alejandro finalmente, su voz firme pero cargada de tensión—. No podemos quedarnos escondidos para siempre.

Don Ernesto asintió, todavía temblando por la adrenalina de la noche anterior.

—Sí —dijo—. Pero debemos hacerlo con cuidado. No sabemos quién nos está observando ni qué quiere.

Sacaron de la caja de recuerdos antiguos un cuaderno polvoriento, lleno de anotaciones, cartas y fotografías. Don Ernesto lo abrió con cuidado. Allí había escritos sobre la familia, negocios antiguos, y algo más: una serie de nombres y fechas que parecían señalar un conflicto con personas poderosas en la ciudad, un asunto que había obligado a su familia a separarse y mantener secretos durante décadas.

—Esto… —dijo Alejandro, señalando un nombre subrayado en rojo—. Parece que mi padre estuvo involucrado con… —se detuvo, dándose cuenta de que lo que había descubierto hasta ahora no era solo historia familiar, sino algo mucho más grande—. ¿Estas personas… aún nos buscan?

Don Ernesto asintió.

—Sí. Y son capaces de todo para evitar que sepamos la verdad completa. Por eso desaparecí por tanto tiempo, y por eso tu padre fue separado de mí.

Alejandro respiró hondo, tratando de asimilar la magnitud de lo que escuchaba. Cada paso que había dado hasta ahora parecía haberlo llevado directo al corazón de un secreto que trascendía generaciones.

—Entonces… ¿qué hacemos ahora? —preguntó con determinación—. No podemos escondernos más.

—Debemos enfrentar la verdad —dijo don Ernesto—. Y para eso, necesitamos pruebas de lo que hicieron. Todo lo que está en este cuaderno, todas las cartas, todos los documentos… debemos usarlos.

Salieron del sótano con cuidado. La casa estaba tranquila, pero la sensación de ser observados no desaparecía. Alejandro miró alrededor, observando las sombras que se movían entre los árboles, y recordó la voz misteriosa de la noche anterior. Cada paso hacia la puerta principal era un desafío a lo desconocido.

—Recuerda, Alejandro —dijo don Ernesto, tomando su brazo—. No podemos confiar en nadie más que en nosotros mismos.

Al salir de la cabaña, la lluvia había cesado, pero la humedad del bosque se mezclaba con la niebla matinal, dificultando la visión. Caminaron con cuidado, manteniéndose cerca de los árboles, hasta llegar a un claro donde podían divisar mejor los alrededores. Allí, entre la neblina, vieron a un hombre de pie, con la silueta recortada por la luz del amanecer. Su mirada era intensa, vigilante.

—¡Deténganse! —gritó el hombre, con voz autoritaria—. Sé que han encontrado algo que no debían.

Alejandro y don Ernesto se detuvieron. El corazón de Alejandro latía con fuerza, pero esta vez no por miedo, sino por determinación.

—No tenemos miedo —dijo Alejandro—. Queremos respuestas, y sabemos la verdad sobre nuestra familia.

El hombre se acercó lentamente, con las manos levantadas en señal de paz, pero su expresión seguía siendo dura.

—La verdad que buscan no es fácil de soportar —dijo—. Lo que pasó hace décadas… no fue un accidente. Pero ahora, si quieren sobrevivir, deben escuchar y entender.

Don Ernesto frunció el ceño, reconociendo en el hombre a alguien del pasado que había estado involucrado en la separación de la familia.

—Entonces… esto termina hoy —dijo con firmeza—. Alejandro, es momento de cerrar este capítulo.

El hombre asintió lentamente y comenzó a relatar, explicando cómo antiguos conflictos de negocios y rivalidades habían llevado a la familia a separarse, cómo su padre fue llevado lejos por seguridad, y cómo don Ernesto nunca dejó de buscarlo. Cada palabra confirmaba lo que Alejandro había comenzado a sospechar: todo estaba relacionado con secretos y traiciones que se habían arrastrado durante décadas.

Mientras escuchaban, Alejandro sentía cómo la tensión de años se disolvía lentamente. La verdad, aunque dolorosa, finalmente estaba al alcance de su mano. Comprendió que la separación de su familia no había sido un simple accidente, sino parte de un entramado de decisiones difíciles, miedos y traiciones que ahora podían ser confrontadas y sanadas.

Cuando el relato terminó, un silencio pesado cayó sobre el claro. Alejandro respiró hondo, mirando a su abuelo. Don Ernesto lo miró con orgullo y alivio.

—Ahora sabemos todo —dijo Alejandro—. Ahora podemos reconstruir lo que se perdió.

El hombre que había revelado la verdad dio un paso atrás, mostrando respeto.

—La familia que se encuentra de nuevo es más fuerte que cualquier sombra del pasado —dijo con voz firme—. Cuídenla.

Alejandro y don Ernesto intercambiaron una mirada. Por primera vez en décadas, el peso de la separación se sentía más ligero. Sabían que el camino hacia la reconciliación con el padre de Alejandro aún no estaba completo, pero habían dado el primer paso, enfrentando la oscuridad que durante años había mantenido a su familia separada.

El sol emergió detrás de las montañas, iluminando el bosque con una luz cálida y prometedora. Alejandro respiró profundamente, sintiendo cómo cada rayo de luz atravesaba la niebla, llevándose consigo el miedo y la incertidumbre. Por primera vez, se sintió verdaderamente libre.

—Vamos a casa —dijo Alejandro, con una sonrisa que mezclaba alivio y determinación—. Es hora de reconstruir nuestra familia.

Don Ernesto asintió, tomando la mano de su nieto. Juntos caminaron hacia la carretera que llevaba al pueblo, dejando atrás el bosque que había sido testigo de sus secretos y temores. Sabían que la vida aún traería desafíos, pero ahora lo enfrentarían unidos, con la fuerza de la verdad y la sangre que los vinculaba.

Y mientras el viento jugaba con los árboles y el sol bañaba las montañas de oro, Alejandro comprendió algo esencial: no importa cuánto tiempo pase, ni cuán lejos estemos, la familia siempre encontrará la manera de reencontrarse.

El misterio, la oscuridad y las sombras del pasado habían quedado atrás. Frente a ellos, solo quedaba la luz de un nuevo comienzo.

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