CAPÍTULO 1 – BAJO EL SOL DE CANCÚN
El silencio era demasiado pesado para una boda.
Alejandro Morales estaba de pie frente al altar improvisado, con el mar Caribe extendiéndose como una promesa infinita detrás de él. Vestía un traje blanco impecable, pero sentía que el sudor le recorría la espalda. No por el calor, sino por algo más… una inquietud que no sabía explicar.
—Tranquilo —le susurró Camila hacía unos minutos—. Hoy empieza nuestra vida.
Ahora ella avanzaba por la pasarela de madera. Hermosa. Sonriente. Perfecta.
Pero no venía sola.
Un murmullo recorrió a los invitados cuando una mujer apareció detrás de la novia. No llevaba vestido de gala, sino un traje sobrio, elegante, de tonos neutros. Su cabello oscuro recogido con sencillez. Su mirada firme.
Alejandro sintió que el mundo se inclinaba.
—Isabella… —susurró, casi sin voz.
Ella se detuvo a unos pasos de él. No había rabia en su rostro. Tampoco lágrimas. Solo una serenidad que dolía más que cualquier grito.
—Buenas tardes —dijo con calma—. Perdón por interrumpir, pero creo que esta boda no puede continuar sin que todos conozcan la verdad.
Camila apretó el ramo con fuerza.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, fingiendo sorpresa.
Isabella sonrió levemente.
—De ti. De él. Y de todo lo que se construyó sobre mentiras.
Un organizador intentó intervenir, pero Isabella levantó la mano.
—No tardaré mucho.
Miró a Alejandro directamente.
—¿Recuerdas cuando me dijiste que ya no me amabas? ¿Cuando firmaste el divorcio sin leer una sola línea? —preguntó—. Ese día empezó todo esto.
Alejandro sintió un nudo en el estómago.
—Isabella, no hagas un escándalo —murmuró—. Ya todo terminó.
—No —respondió ella—. Apenas empieza.
Sacó una carpeta delgada y la abrió frente a todos.
—Camila no es quien crees. Es actriz. Firmó un contrato. Cada mensaje, cada promesa, cada lágrima… todo fue parte de un plan.
Un suspiro colectivo recorrió la playa.
Camila dio un paso atrás.
—No tienes derecho… —dijo con voz temblorosa.
—Tengo todos —respondió Isabella—. Porque cuando dudé, investigué. Y cuando confirmé, me protegí.
Alejandro sintió que las palabras le golpeaban como olas.
—Alejandro —continuó Isabella—, renunciaste voluntariamente a la mayor parte de nuestros bienes si te casabas en menos de un año. Está aquí. Firmado por ti.
Le tendió el documento.
Él no lo tomó.
Camila dejó caer el ramo. Luego el anillo.
Y sin mirar atrás, se fue.
Isabella cerró la carpeta.
—No vine a vengarme —dijo—. Vine a cerrar un ciclo.
Se dio la vuelta y caminó hacia la salida, dejando a Alejandro solo bajo el sol abrasador.
Y entonces, por primera vez, él entendió que lo había perdido todo.
CAPÍTULO 2 – LAS DECISIONES QUE QUEMAN
Meses antes, Alejandro Morales se sentía invencible.
En su oficina de cristal sobre Paseo de la Reforma, observaba la ciudad con la certeza de quien cree tener el control absoluto de su vida.
—Alejandro, ¿vas a llegar tarde otra vez? —preguntó Isabella por teléfono.
—Tengo junta —respondió él, seco—. No me esperes.
Colgó sin escuchar la respuesta.
Isabella ya no insistía. Eso lo irritaba más que cualquier reclamo.
Camila, en cambio, lo miraba como si fuera un héroe.
—Nadie te valora como yo —le decía—. Tú mereces ser admirado, no ignorado.
Esas palabras se le metieron bajo la piel.
Una noche, Alejandro regresó a casa y encontró a Isabella sentada en la cocina, revisando cuentas.
—Tenemos que hablar —dijo ella.
—No ahora.
—Es importante.
Él suspiró con fastidio.
—Siempre dices lo mismo.
Isabella levantó la mirada.
—¿Hay alguien más?
El silencio fue la respuesta.
Días después, el divorcio fue firmado.
—¿Estás seguro? —preguntó el abogado—. Es un acuerdo definitivo.
—Más que seguro —respondió Alejandro—. Quiero empezar de nuevo.
Isabella no lloró. Solo asintió.
Lo que Alejandro no sabía era que esa misma noche, ella tomó una decisión distinta.
—No voy a suplicarle —le dijo a su hermano—. Pero tampoco voy a ser ingenua.
Investigó. Observó. Confirmó.
Y entonces encontró a Camila.
—Solo necesito la verdad —le dijo Isabella—. Y estar preparada.
Camila aceptó el trato sin imaginar hasta dónde llegaría.
Mientras tanto, Alejandro vendía acciones, transfería propiedades.
—Es para nuestro futuro —le decía a Camila.
Ella sonreía. Siempre sonreía.
Hasta que llegó Cancún.
CAPÍTULO 3 – LO QUE QUEDA DESPUÉS
Alejandro perdió el puesto en la empresa en menos de una semana.
—La junta directiva no puede permitir esto —le dijeron—. La imagen lo es todo.
Los amigos dejaron de llamar.
Las puertas se cerraron.
Regresó a Veracruz, al puerto donde todo había comenzado. Rentó un pequeño departamento con vista a los barcos.
Una tarde, sentado frente al mar, recordó a Isabella cargando cajas bajo el sol.
—Éramos un equipo —murmuró.
Ella, mientras tanto, abría su propia empresa de logística. Pequeña. Sólida.
—No quiero ganarles —decía—. Solo quiero estar tranquila.
Nunca volvió a buscar a Alejandro.
Él la vio una vez, de lejos, caminando segura, serena.
No se acercó.
Entendió que algunas pérdidas no se recuperan.
En México, el sol es generoso… pero también implacable.
Y Alejandro aprendió, demasiado tarde, que acercarse por ambición puede quemarlo todo.
‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.
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