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En el funeral del esposo recién fallecido, una joven embarazada irrumpió causando un gran revuelo. Le declaró a la viuda que estaba esperando un hijo de su marido y que quería quedarse con la mitad de los bienes que él había dejado. De pronto, apareció un hombre vestido de negro y sacó un USB, lo que hizo que la joven, aterrorizada, saliera corriendo...

Capítulo 1: La llegada inesperada


El salón de la casa de Mariana estaba silencioso, salvo por el leve murmullo de las conversaciones y el ocasional suspiro de los dolientes. Afuera, la lluvia golpeaba suavemente los adoquines de Oaxaca, y la música de Día de Muertos parecía flotar entre los balcones pintados de colores vivos. Mariana permanecía de pie frente a la fotografía de Alejandro, su esposo recientemente fallecido, sintiendo que cada recuerdo le atravesaba el corazón como un puñal invisible.

Sus familiares y amigos se acercaban para ofrecer abrazos, palabras de consuelo que apenas lograban aliviar la punzada de su dolor. Mariana apenas respondía, sus ojos fijos en la imagen de Alejandro, recordando su risa, sus discusiones y los silencios compartidos.

De repente, la puerta principal se abrió con un chirrido prolongado que rompió la solemnidad del ambiente. Todos voltearon hacia la entrada, y allí estaba ella: una joven de unos veinte años, con ojos que reflejaban determinación y miedo a la vez. Su embarazo era evidente, su vestido blanco manchado por la lluvia.

“Mariana… necesito decirte la verdad,” su voz tembló, pero llevaba un tono desafiante que llenó la habitación de tensión. “Estoy esperando un hijo de Alejandro. Quiero la mitad de sus bienes. Me corresponde.”

Un silencio sepulcral cayó sobre la sala. Los murmullos se extinguieron, y los ojos de todos se fijaron en Mariana, cuya respiración se volvió rápida y superficial. Su corazón latía con fuerza, mezcla de incredulidad y furia contenida.

—¿Qué… qué estás diciendo? —balbuceó Mariana, su voz casi rota por la sorpresa—. Alejandro… nunca…
—Lo sé —interrumpió Valeria con firmeza—. No fue tu esposo quien me habló, ni nadie más. Pero yo sé la verdad y no voy a ocultarla.

Un murmullo se propagó entre los asistentes. Algunos miraban con desdén, otros con curiosidad morbosa. Mariana sintió que su mundo se tambaleaba; el dolor de la pérdida se mezclaba con una amenaza inesperada. Pero dentro de ella, una chispa de resolución comenzó a arder. No permitiría que la memoria de Alejandro fuera mancillada por acusaciones sin fundamento.

Valeria avanzó, sacando de su bolso unos papeles arrugados y un antiguo testamento, lista para presentar “pruebas”. Mariana dio un paso hacia atrás, sintiendo que su pulso se aceleraba, que cada fibra de su cuerpo se tensaba ante la intrusión. La sala parecía haberse detenido, el tiempo suspendido entre la confrontación y la incertidumbre de lo que vendría.

Capítulo 2: La amenaza silenciosa


Valeria colocó los papeles sobre la mesa, con las manos temblorosas. Mariana observaba cada movimiento, notando el sudor que perlaba la frente de la joven, el ligero temblor en sus labios, la mirada que buscaba aliados entre los presentes.

—Mira —dijo Valeria, intentando sonar segura—. Alejandro me amaba. Esto es lo que él quería. Merecemos esto. —Hizo un gesto hacia los documentos, como si fueran una prueba irrefutable.

Mariana respiró hondo, tratando de mantener la calma, pero su mente corría a mil por hora. Cada recuerdo con Alejandro se mezclaba con la sensación de traición y miedo: ¿qué si había algo de verdad en las palabras de Valeria?

En ese instante, un movimiento en la penumbra del corredor llamó la atención de todos. Un hombre vestido completamente de negro apareció lentamente, sus pasos silenciosos sobre el piso de madera. Tenía un porte imponente, casi sobrenatural, y sus ojos brillaban con una intensidad que parecía atravesar el alma de quienes lo miraban.

—Ella se equivocará si toca eso —dijo, colocando un USB sobre la mesa, su voz grave y firme resonando en el salón—. No hay retorno si decide continuar.

Valeria retrocedió, los ojos abiertos de par en par. La USB parecía contener un poder silencioso, un secreto que amenazaba con derrumbar todo. Su rostro palideció y el papel que sostenía cayó al suelo. Un sudor frío recorrió su espalda y, por un momento, todos los murmullos se apagaron.

—¿Qué… qué es eso? —balbuceó Valeria, con una mezcla de miedo y incredulidad.
—Cosas que deberían permanecer enterradas —replicó el hombre, su mirada fija en la joven—. Deja que él descanse en paz.

El sonido de la lluvia se intensificó, golpeando los adoquines de Oaxaca, como si la ciudad misma respirara ante el drama que se desarrollaba dentro de aquella casa. Valeria, temblando, giró sobre sus talones y corrió hacia la puerta, dejando atrás los papeles y la USB.

Mariana observó la escena con el corazón latiendo con fuerza. Sentía que un peso invisible había sido levantado, pero la incertidumbre permanecía. ¿Qué secretos guardaba ese USB? ¿Quién era aquel hombre en negro y cómo sabía tanto? Sus pensamientos eran un torbellino, pero sabía que por ahora, al menos, había ganado una tregua.

El silencio volvió al salón, interrumpido solo por el sonido lejano de la música tradicional y la lluvia constante. Mariana cerró los ojos y dejó que su respiración se calmara, sintiendo que la tormenta exterior era un reflejo de la que se había librado dentro de su hogar.

Capítulo 3: La decisión


El funeral continuó en silencio. Los invitados se retiraban uno a uno, lanzando miradas curiosas hacia Mariana, que permanecía frente a la ventana, observando cómo la lluvia caía sobre las calles empedradas de Oaxaca. Las luces de los faroles reflejaban destellos en los charcos, y un aroma a tierra mojada llenaba el aire.

Mariana sentía una mezcla de alivio y aprensión. La aparición de Valeria había desatado un caos inesperado, y la intervención del hombre de negro le había salvado de un conflicto que podía haber destruido la memoria de Alejandro y su paz interior. Pero algo en su corazón le decía que la historia no había terminado.

Esa noche, sola en el antiguo salón, Mariana revisó los papeles caídos. Aunque muchos estaban dañados por la humedad, pudo distinguir algunos nombres y fechas, referencias a negocios y propiedades. Alejandro había llevado secretos consigo, y parecía que algunos aún podían emerger. Sin embargo, decidió no seguir indagando. Había cosas que el amor y la memoria debían proteger, no revelar.

El recuerdo del hombre en negro y del USB permaneció grabado en su mente. Aunque nunca supo qué información contenía, entendió que algunas verdades podían ser demasiado peligrosas o dolorosas. La decisión de dejarlo en la sombra le otorgó una inesperada sensación de paz.

Al día siguiente, Mariana salió a la calle. La lluvia había amainado, dejando un aroma fresco y limpio. Caminó por los callejones coloridos de Oaxaca, observando cómo la vida continuaba: niños jugando, vendedores preparando tamales, músicos afinando sus guitarras. La ciudad vibraba con un ritmo que parecía prometer renovación.

En su corazón, Mariana decidió que protegería la memoria de Alejandro y viviría por los recuerdos que habían compartido. La amenaza de Valeria y los secretos del pasado se habían desvanecido, al menos por ahora. La vida seguía, llena de colores, música y la lluvia que siempre volvía a lavar el alma de Oaxaca.

Con un último suspiro, Mariana sonrió débilmente. Sabía que el amor y la memoria eran más fuertes que cualquier mentira o ambición, y que, al final, Alejandro descansaría en paz.

‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.

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