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La madre se fue con su amante, dejando atrás al padre en el peor momento de su vida, junto con sus tres hijos pequeños. Quince años después, cuando la familia por fin vive en calma y felicidad, ella reaparece de repente, diciendo que quiere reunirse con ellos. Todo parece indicar que será un final feliz… pero nadie imagina que en realidad se trata de otro de sus planes ocultos...

CAPÍTULO I – EL REGRESO BAJO LAS VELAS


La primera gota de cera cayó sobre la mesa como una herida blanca.

—Cuidado, papá —dijo Lucía en voz baja—. Se va a derramar.

Ismael Cruz levantó la vista. Sus manos temblaban ligeramente mientras acomodaba la fotografía de sus padres sobre el altar del Día de los Muertos. El olor a cempasúchil llenaba la sala, mezclado con el del café recién hecho. Afuera, el desierto de Sonora parecía contener la respiración.

—Estoy bien —respondió él, forzando una sonrisa—. Solo… recuerda a tu abuela.

Mateo entró desde el patio con una caja de veladoras.

—¿Faltan muchas? —preguntó.

—Nunca son suficientes para los que ya no están —dijo Santiago desde la puerta, serio como siempre.

En ese instante, alguien tocó la reja.

Tres golpes lentos. Medidos. Como si el tiempo hubiera aprendido a pedir permiso.

Ismael se quedó inmóvil.

—¿Esperamos a alguien? —preguntó Lucía.

Santiago frunció el ceño.

—No.

Mateo caminó hacia la puerta. Cuando la abrió, el mundo pareció torcerse.

Una mujer estaba de pie del otro lado. Vestido oscuro. Zapatos gastados. Cabello canoso recogido sin cuidado. Pero eran los ojos los que detuvieron el aire: los mismos ojos que Mateo solo conocía por fotografías viejas.

—Buenas tardes… —dijo ella—. ¿Ismael Cruz vive aquí?

Ismael dio un paso al frente. El café se le cayó de las manos.

—María… —susurró.

La mujer cayó de rodillas sobre la tierra.

—Perdóname —dijo, con la voz rota—. He vuelto a casa.

Lucía llevó una mano a la boca. Mateo retrocedió. Santiago no se movió.

—¿Después de quince años? —preguntó Santiago, frío—. ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

María Elena levantó la mirada.

—No espero perdón —dijo—. Solo… un lugar donde terminar mis días.

El silencio se volvió pesado. Ismael sintió que el pecho le ardía.

—Pasa —dijo al fin—. Hoy es día de muertos. Nadie debe quedarse afuera.

Esa noche, mientras las velas ardían, María Elena contó su historia. Habló de traiciones, de promesas rotas, de un hombre llamado Raúl Vega que la dejó sin nada. Tosía entre frases. Lucía le tomó la mano.

—Mamá… —susurró, probando la palabra.

Santiago observaba cada gesto, cada pausa.

Cuando María Elena se retiró a dormir, Santiago habló:

—Papá, esto no es casualidad.

Ismael cerró los ojos.

—Es tu madre.

—Es una extraña —respondió Santiago—. Y viene por algo.

Afuera, el viento del desierto apagó una vela.

CAPÍTULO II – SOMBRAS EN LA CASA


Los días siguientes trajeron una calma inquietante.

María Elena ayudaba en la cocina, barría el patio, sonreía con suavidad. Lucía la defendía.

—Está enferma, Santi. Se nota.

—También se nota cuando alguien miente —respondió él.

Mateo permanecía dividido.

—Yo no la recuerdo —le dijo una noche a Lucía—. No sé qué sentir.

Una tarde, Santiago regresó antes de tiempo del despacho comunitario. Escuchó voces en el patio trasero.

—No puedo apresurarlos —decía María Elena—. Necesito tiempo.

—El tiempo cuesta —respondió una voz masculina por teléfono.

Santiago contuvo la respiración.

Esa noche, confrontó a su padre.

—Está hablando con alguien. Sobre la casa. Sobre los papeles.

Ismael negó con la cabeza.

—No inventes.

—Papá, mírame —dijo Santiago—. Nunca se fue por amor. Se fue por dinero.

La discusión quedó inconclusa cuando María Elena entró con una sonrisa cansada.

—¿Interrumpo?

Nadie respondió.

Días después, Santiago investigó. El nombre Raúl Vega apareció en archivos legales, vinculado a movimientos ilegales en la frontera. Todo apuntaba a la misma conclusión.

Cuando mostró los documentos, el rostro de Ismael se quebró.

—Yo… la esperé muchos años —dijo—. No pensé que…

—Nunca volvió —dijo Santiago—. Hasta ahora.

Esa noche, una tormenta rara cayó sobre Sonora. María Elena pidió hablar.

—Sé que ya lo saben —dijo—. No tengo excusas.

Lucía lloraba.

—¿Todo fue mentira?

María Elena bajó la mirada.

—No todo. Pero ya no sé amar como antes.

El trueno sacudió la casa.

CAPÍTULO III – LO QUE QUEDA


—Los bienes ya no están a mi nombre —dijo Ismael con voz firme—. Nunca lo estuvieron.

María Elena lo miró, incrédula.

—¿Qué hiciste?

—Los protegí —respondió—. Como no supe protegerte a ti.

El plan se vino abajo. Raúl fue detenido días después. Nadie celebró.

Cuando la policía se llevó a María Elena, Lucía quiso abrazarla. María Elena negó.

—Es mejor así.

En el altar de ese año, Ismael colocó una foto más. No como recuerdo, sino como despedida.

El desierto volvió a callar.

La familia Cruz siguió adelante, con cicatrices, pero juntos.

Y a veces, eso es todo lo que queda.

‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.

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