CAPÍTULO I: EL MUERTO QUE RESPIRA
El semáforo está en rojo.
El tráfico se detiene por unos segundos en Paseo de la Reforma, pero mi mundo se derrumba para siempre.
Estoy de pie en la acera, con la bolsa del mercado colgando de mi muñeca, cuando lo veo. Primero es solo una silueta dentro de un automóvil negro y elegante. Luego, un gesto mínimo: el hombre al volante gira ligeramente la cabeza, como si sintiera que alguien lo observa.
Y entonces mi corazón se rompe.
—No puede ser… —murmuro.
Mis piernas se aflojan. Tengo que apoyarme en un poste para no caer. El ruido de la ciudad se apaga de golpe: no escucho los claxons, ni las voces, ni la música lejana. Solo escucho el latido desordenado de mi propio corazón.
Ese rostro… lo conozco mejor que el mío.
Alejandro Cruz.
Mi esposo.
El hombre que fue declarado muerto hace cinco años en un incendio en Monterrey. El hombre cuya tumba visito cada noviembre, adornándola con velas y flores de cempasúchil. El hombre al que le prometí amor eterno frente a Dios.
Y ahí está. Vivo. Respirando. Mirando el mundo con absoluta calma.
A su lado, una mujer de cabello negro y vestido rojo coloca la mano sobre su hombro con naturalidad. No hay duda, no hay incomodidad. Es un gesto íntimo, aprendido, cotidiano.
El semáforo cambia a verde. El Mercedes avanza.
—¡Alejandro! —quiero gritar.
Pero no sale ningún sonido de mi garganta.
El auto se pierde entre la multitud, y conmigo se va la última certeza que tenía sobre mi vida.
Si él está vivo…
¿quién fui yo durante estos cinco años?
¿una viuda?
¿una mentira?
¿un recuerdo que alguien decidió borrar?
Esa noche no duermo.
Vuelvo a ver su rostro una y otra vez. Me digo que fue una ilusión, que el dolor puede engañar a la mente. Pero sé que no lo fue. Conocería a Alejandro incluso entre miles.
Al día siguiente, comienzo a buscarlo.
Como una sombra.
CAPÍTULO II: LA VIDA QUE ME ROBARON
Descubro que ahora se llama Javier Morales.
Vive en Polanco, en una casa blanca con jardín y vigilancia privada. Aparece en revistas financieras, sonriente, exitoso, respetado. “Empresario ejemplar”, dicen los titulares.
La mujer del vestido rojo se llama Lucía. En los registros oficiales figura como su esposa.
—¿Entonces yo qué soy? —me pregunto frente al espejo—. ¿Un error administrativo?
Voy a Monterrey. Reviso el expediente del incendio. Leo cada línea con las manos sudorosas. El cuerpo nunca fue identificado plenamente. El reconocimiento se hizo por un objeto personal: un anillo de bodas.
Mi anillo.
Yo misma se lo entregué a la policía.
Empiezo a recordar cosas que antes ignoré: las llamadas nocturnas, los viajes repentinos, las respuestas evasivas.
Una frase vuelve a mí, dicha por Alejandro una noche en que bebió demasiado:
—Si algún día desaparezco, prométeme que no intentarás encontrarme.
La verdad cae como un golpe seco.
Alejandro aceptó desaparecer. Cambiar de nombre. De vida. De esposa.
Y yo quedé enterrada junto con él.
Lo enfrento una noche lluviosa en la iglesia de San Hipólito.
—No debiste venir —dice sin mirarme.
—Yo tampoco debí enviudar estando casada —respondo.
Me confiesa todo. Habla de acuerdos, de protección, de supervivencia.
—Te amé —dice—, pero tenía que elegir.
—Y me elegiste a mí para morir —contesto.
Lucía aparece. Me observa sin culpa.
—Esto no es personal —dice—. Así funciona el mundo real.
CAPÍTULO III: LOS QUE MUEREN DOS VECES
Semanas después, la noticia aparece en todos los noticieros.
Accidente automovilístico en la carretera a Querétaro.
Hay fotos. Hay testigos. Hay restos.
Javier Morales está muerto.
Esta vez, de verdad.
En el Día de Muertos, coloco dos fotografías en el altar: una de Alejandro, y otra mía, tomada hace cinco años.
—Descansen en paz —susurro.
Dejo la ciudad.
Cambio de nombre.
En México se dice que nadie muere mientras alguien lo recuerde.
Yo decido recordarme a mí.
Y por primera vez en cinco años…
vuelvo a vivir.
‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.
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