Capítulo 1 – El Llamado
—Mamá, ¿por qué papá no contesta mis mensajes? —preguntó Sofía con su vocecita temblorosa, sujetándome la mano mientras cruzábamos la plaza hacia la escuela.
Tres días habían pasado desde que mi esposo me dijo:
—Terminemos este mes en Monterrey y nos mudamos a vivir cerca de mis padres.
Ese fue su plan, nuestra promesa. Pero ahora, su teléfono estaba apagado, sus mensajes sin respuesta. Un vacío que se sentía en cada rincón de mi pecho.
Mientras aparcaba frente a la escuela, el celular vibró en mi bolso. Una voz femenina, apenas audible, pronunció con solemnidad:
—Señora… su esposo ha tenido un accidente bajo el puente del río.
El corazón me dio un vuelco. Un accidente… pero algo en el tono de aquella mujer me heló la sangre. No era solo un accidente. Con Sofía en brazos, corrí hacia el puente, el rugido del río llenando mis oídos, las gaviotas levantando vuelo asustadas por nuestro paso precipitado.
Al acercarme, la escena me paralizó. Fragmentos de una motocicleta flotaban a la deriva, manchas de sangre oscura sobre el concreto húmedo, y la camisa de mi esposo atrapada entre una viga oxidada. Un hombre de ojos enrojecidos por el llanto murmuró:
—Buscamos por todas partes… pero… —no terminó la frase, y su silencio lo dijo todo.
—¡Diego! —grité, la voz rota, mientras Sofía abrazaba mis piernas, sollozando. Cada fibra de mi cuerpo me gritaba que esto no podía estar sucediendo.
Entonces lo vi: huellas extrañas junto al borde del agua, y un trozo de tela verde atrapado en una piedra. No era un accidente común; algo oscuro se escondía bajo aquel puente.
Alguien debía ayudarme a descubrirlo. Recordé a Manuel, un maestro jubilado, conocedor de cada rincón del pueblo y de los secretos que el río guardaba. Lo llamé, y sin dudar, aceptó ayudarme. Así comenzó nuestra búsqueda, recorriendo callejones estrechos, casas abandonadas y viejas bodegas junto al río. Cada pista parecía llevarnos más cerca de un grupo clandestino que usaba el puente para mover mercancía ilegal.
—Señora, tenga cuidado —advirtió Manuel mientras señalaba las sombras que se movían entre los matorrales—. No todos los que vemos aquí son inocentes.
Mi corazón latía con fuerza, mezclando miedo y determinación. No podía perder a Diego. No ahora.
Capítulo 2 – Entre Sombras y Susurros
La noche cayó sobre el pueblo como un manto húmedo. El río reflejaba la luna, y cada corriente parecía susurrarnos secretos que temía escuchar. Manuel y yo nos acercamos a la orilla más oscura, donde las huellas comenzaban a marcar un camino hacia un viejo almacén abandonado.
—¿Estás segura de esto, Mariana? —preguntó Manuel, sus ojos brillando con una mezcla de preocupación y determinación.
—Tengo que intentarlo —respondí, apretando la mano de Sofía que se había quedado en casa bajo el cuidado de su abuela—. No puedo quedarme quieta.
Al acercarnos, escuchamos voces apagadas y un sonido metálico. Susurré:
—Ahí está… Diego.
Era cierto. Entre sombras y cajas polvorientas, lo vimos. Encadenado, su camisa rasgada, pero con vida. Sus ojos se iluminaron al verme:
—¡Mariana! —susurró, con voz débil—. ¡Sofía!
Lágrimas inundaron mi rostro mientras Manuel buscaba la manera de abrir la cerradura sin alertar a los hombres que vigilaban. El corazón me latía en cada segundo; sentía que la adrenalina me empujaba hacia adelante, y el miedo se mezclaba con la esperanza de volver a abrazarlo.
—Shhh… no digas nada —me indicó Manuel—. Debemos ser silenciosos.
El plan era simple pero arriesgado: distraer a los guardias con un ruido falso y liberar a Diego. Mientras Manuel lanzaba una piedra para atraer la atención, corrí hacia él, rompiendo sus cadenas con las llaves que Manuel había conseguido.
—¡Vamos! —exclamé—. ¡Rápido!
Diego se levantó tambaleante, y juntos nos dirigimos hacia la salida. Sofía gritó desde la distancia al vernos, y esa voz fue la fuerza que nos impulsó a cruzar la última sombra del almacén.
Esa noche, escondidos en una cabaña de pescadores, Diego me contó lo sucedido: había presenciado un cargamento ilegal, y lo habían capturado para silenciarlo. Sus palabras confirmaban lo que mi instinto ya sabía: esto no era un simple accidente, sino un plan cuidadosamente planeado para alejarnos de la verdad.
Capítulo 3 – Luz Sobre el Río
Con la ayuda de la policía local, planeamos recuperar nuestra vida y asegurarnos de que los responsables fueran detenidos. Al amanecer, regresamos al puente, donde las huellas y la tela verde aún permanecían como testigos de la pesadilla que habíamos vivido.
—Nunca había visto tanto miedo en tus ojos —dijo Diego mientras abrazaba a Sofía—. Gracias por no rendirte.
El pueblo comenzó a despertar, los vendedores de tamales y el aroma del café llenando las calles. Para todos los demás, era un día más, pero para nosotros, cada sonido era un recordatorio de que la oscuridad podía ser enfrentada con valor y amor.
—Mariana… —susurró Diego mientras caminábamos hacia la orilla del río—. Prometamos nunca alejarnos de nuestra familia.
Asentí, sintiendo la calidez del sol en mi rostro, mientras el río seguía su curso, imperturbable. Las cicatrices de aquellos días seguirían presentes, pero también lo haría la certeza de que juntos podríamos superar cualquier tormenta.
El puente seguía allí, viejo y silencioso, pero para mí ya no era un lugar de miedo, sino de memoria y fortaleza. Bajo sus vigas oxidadas, comprendí que la familia era la única luz capaz de atravesar la sombra más densa.
Sofía corrió hacia el agua, riendo, mientras Diego y yo nos tomábamos de la mano. El río fluía, constante, llevando con él el eco de nuestros miedos y dejando espacio para un futuro que, por primera vez en mucho tiempo, parecía seguro y lleno de esperanza.
‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.
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