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Mientras su esposa recién había dado a luz permanecía en el hospital, él se fue con total tranquilidad a la casa de su secretaria a dormir, y una llamada de su suegro a medianoche lo dejó sin nada al día siguiente...

Capítulo 1: La noche que cambió todo


Alejandro se recostó en el sillón de cuero de su departamento en Polanco, la ciudad vibrando con luces de neón y el rumor distante de los autos. Sofía, su joven secretaria, se acomodó junto a él, y por un momento Alejandro cerró los ojos, dejando que el cansancio y la euforia lo arrastraran. Afuera, la Ciudad de México parecía viva, con sus edificios modernos que se mezclaban con calles angostas llenas de historia, y él, en medio de todo, se sentía invencible.

—No puedo creer que finalmente estés solo conmigo —susurró Sofía, acercándose más.

—Shhh… —respondió Alejandro, poniendo un dedo sobre sus labios—. Nadie debe saber esto.

Pero justo cuando se hundía en la falsa seguridad de su traición, el teléfono vibró sobre la mesa. Una llamada de un número que nunca olvidaría: Don Esteban, su suegro. Alejandro sintió un frío que le recorrió la espalda.

—¿Qué haces despierto a estas horas? —la voz grave y autoritaria de Don Esteban retumbó en el auricular.

—Papá… yo… —Alejandro tartamudeó, sin saber por dónde empezar.

—No te hagas el tonto. Sé todo: tus escapadas, tus negocios arriesgados, tu indiferencia hacia Mariana y nuestro nieto —continuó Don Esteban, con cada palabra hundiendo un clavo en la conciencia de Alejandro—. Mañana tomaré medidas que no te van a gustar.

Alejandro quedó paralizado. La adrenalina de la traición y la arrogancia desapareció en un instante, reemplazada por miedo. Intentó razonar: “Todo estará bien… puedo solucionarlo…” pero sabía que no había escapatoria.

Mientras colgaba, Sofía notó su expresión:

—¿Qué pasa? —preguntó, preocupada—. Te ves… pálido.

—Nada… solo… trabajo —mintió Alejandro, aunque su voz sonaba vacía.

Esa noche, en medio de la ciudad que nunca duerme, Alejandro comprendió por primera vez que su vida estaba al borde de un precipicio, y que todas sus decisiones egoístas lo habían llevado allí.

Capítulo 2: La caída


A la mañana siguiente, Alejandro despertó con el olor del café barato que Sofía había preparado, pero la tranquilidad era un recuerdo lejano. Su teléfono estaba lleno de mensajes: correos de socios preguntando por inversiones, mensajes de amigos sorprendidos por rumores… y lo peor: un correo de Mariana pidiendo el divorcio, citando preocupaciones sobre la seguridad y bienestar del bebé.

—Esto no puede estar pasando —murmuró Alejandro, mientras recorría de un lado a otro su departamento—. No puedo perderlo todo…

Intentó llamar a Don Esteban, pero su teléfono estaba apagado. Entonces recordó las palabras de su suegro la noche anterior: “Mañana tomaré medidas”. Alejandro corrió a la oficina pensando en negociar, en salvar su empresa, pero encontró las cuentas bloqueadas. Don Esteban había retirado todas las inversiones. Los socios, temerosos de verse implicados en escándalos, se distanciaron.

Desesperado, llamó a Sofía:

—Sofía… necesito ayuda… algo que podamos hacer.

—Alejandro… yo… —dudó ella, y por primera vez Alejandro vio miedo en sus ojos—. No puedo… no puedo arriesgarme por ti.

El pánico de Alejandro se convirtió en ira. Golpeó la mesa, rompiendo su taza de café. Todo lo que había construido parecía desmoronarse en segundos. Las paredes de su oficina, testigos de su ambición y traición, se cerraban sobre él.

Esa tarde, Alejandro recibió la visita de Mariana y Don Esteban. La mirada de su esposa, mezcla de tristeza y decepción, lo atravesó como una daga:

—Alejandro, esto es definitivo —dijo Mariana, tomando la mano del bebé que sostenía Don Esteban—. No hay vuelta atrás.

—Mariana, yo… puedo cambiar… —intentó suplicar, pero las palabras sonaron vacías—. No entiendes…

—Sí entiendo —respondió ella con firmeza—. Entiendo que preferiste tu ego antes que tu familia.

Alejandro se quedó solo mientras los pasos de Mariana y Don Esteban se alejaban, llevándose consigo lo único que alguna vez le importó de verdad. La ciudad continuaba su ritmo frenético, indiferente a su caída.

Capítulo 3: La soledad en la cima


Esa noche, Alejandro subió a su balcón en el piso más alto de su edificio. La Ciudad de México brillaba ante sus ojos, llena de vida, pero él se sentía vacío. El viento nocturno le revolvía el cabello mientras observaba las luces que parpadeaban entre edificios y callejones. Sofía no estaba; había desaparecido, llevándose con ella cualquier ilusión que Alejandro pudiera aferrarse.

Se apoyó en la baranda, dejando que la realidad lo golpeara: había perdido dinero, amigos, respeto y, sobre todo, familia. Todo por decisiones egoístas, por ignorar lo que realmente importaba. Su ambición, su orgullo, habían resultado ser su propia cárcel.

—¿En qué me he convertido? —murmuró en voz baja, la ciudad resonando a su alrededor.

El silencio nocturno parecía contestarle, recordándole cada error, cada mentira. Alejandro cerró los ojos y respiró hondo. Entendió, demasiado tarde, que no hay riqueza ni poder que pueda reemplazar la confianza y el amor de quienes verdaderamente nos importan.

Allí, en la cima de su mundo vacío, Alejandro finalmente se rindió a la verdad: había aprendido de la forma más dura que la vida podía cambiar en una sola noche, y que los errores más pequeños pueden costar todo lo que uno ama.

La Ciudad de México seguía viva, llena de historias que continuaban, indiferente a su derrota, mientras Alejandro se quedaba allí, solo con su arrepentimiento, contemplando las luces que reflejaban lo que alguna vez fue y nunca volvería a ser.

‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.

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