Min menu

Pages

Durante años creí que mi hija había muerto, hasta que un día la encontré trabajando en mi propia empresa, sin saber que la vida me había devuelto lo que el destino me arrebató.


Capítulo 1 – El vuelo del destino

El amanecer de la Ciudad de México se filtraba por las ventanas del aeropuerto como una promesa. Valeria ajustó su moño frente al espejo, alisó el uniforme azul marino y respiró hondo. Aquel era su primer día como sobrecargo en Aeroméxico, un sueño que había perseguido desde niña.
El sonido de los altavoces, el movimiento constante de pasajeros, el olor a café recién hecho… todo era nuevo, vibrante.

—¿Lista para tu primer vuelo? —preguntó Camila, su compañera de tripulación, con una sonrisa cómplice.
—Más que lista —respondió Valeria, aunque en el fondo su corazón latía con una ansiedad que no entendía del todo.

El vuelo 472 con destino a Monterrey estaba casi lleno. Entre los pasajeros de primera clase, un hombre de traje oscuro, cabello entrecano y mirada imponente revisaba su tableta sin levantar la vista. Los demás asistentes lo miraban con respeto: Lorenzo Andrade, director ejecutivo de Aeroméxico, un hombre que se había ganado la reputación de ser brillante… y distante.

Dicen que perdió a su esposa y a su hija en un secuestro hace quince años. Desde entonces, nunca volvió a sonreír del todo.

Valeria no lo sabía. Solo sintió una extraña corriente recorrerle el cuerpo cuando sus ojos se cruzaron con los de él al ofrecerle un café.

—Gracias, señor —dijo con voz suave.
Lorenzo levantó la vista apenas unos segundos. Hubo algo en la manera en que ella sonreía… una familiaridad que lo perturbó.
—Gracias a ti, señorita —respondió con cortesía.

Durante el vuelo, Valeria no podía evitar mirarlo de reojo. Había algo en su presencia, una energía melancólica que le resultaba… conocida. No entendía por qué.

Al aterrizar, mientras los pasajeros se retiraban, Valeria tropezó con el carrito del servicio y cayó, golpeándose levemente la pierna. Nada grave, solo un rasguño. Lorenzo, que era el último en salir, se acercó instintivamente.
—¿Estás bien? —preguntó, ofreciéndole la mano.
—Sí, solo fue un pequeño golpe —respondió ella, sonrojada.

Cuando sus dedos se rozaron, una sensación extraña los envolvió a ambos.

Esa noche, mientras Valeria caminaba por la calle Insurgentes rumbo a su pequeño departamento, pensó en el hombre del vuelo. Había algo en su mirada… como si él la estuviera buscando.

Por su parte, Lorenzo no podía concentrarse en los informes de la empresa. Algo lo había descolocado. Esa joven… su sonrisa, sus gestos, incluso la forma en que inclinaba la cabeza… le recordaban a Isabela, su hija desaparecida.

Esa noche soñó con ella. En el sueño, una niña de ocho años corría entre los pasillos del aeropuerto, riendo, mientras él intentaba alcanzarla. Cuando por fin la tocaba, la niña se giraba… y era Valeria.

Despertó sudando, con el corazón desbocado.
“Imposible”, murmuró. Pero la duda se instaló en su mente como una semilla venenosa.

Dos días después, en un vuelo a Guadalajara, Valeria sufrió un pequeño accidente: una turbulencia la lanzó contra el compartimento del equipaje y se golpeó la cabeza. Aunque no fue grave, la trasladaron a un hospital por precaución.

Cuando Lorenzo recibió el reporte —una sobrecargo herida, nombre: Valeria Gómez— algo dentro de él lo impulsó a ir. No sabía por qué, solo sabía que debía verla.

En el hospital, el olor a desinfectante y el zumbido de los monitores lo transportaron a otro tiempo. Entró a la habitación en silencio. Valeria dormía, con una venda en la frente. Su rostro, bajo la luz blanca, tenía una dulzura dolorosamente familiar.

Al apartar un mechón de su cabello, Lorenzo se quedó helado:
detrás de su oreja izquierda, un pequeño lunar en forma de media luna.

El mismo que tenía su hija.

Sus manos comenzaron a temblar. Dio un paso atrás, como si el suelo se moviera bajo sus pies.
—No puede ser… —susurró.

En ese instante, Valeria abrió los ojos, confundida, y lo miró directamente.
—¿Señor Lorenzo?... ¿Qué hace aquí?

Él no respondió. Solo la miró, con los ojos brillando entre incredulidad y miedo.

La enfermera entró interrumpiendo el momento, pero el aire ya estaba cargado, como si un secreto demasiado grande estuviera a punto de revelarse.

Capítulo 2 – La sombra del pasado


Lorenzo no durmió esa noche. El recuerdo de aquel lunar lo atormentaba como un eco del pasado que se negaba a morir. Abrió la caja de madera que guardaba en su estudio; dentro estaban las pocas cosas que le quedaban de su hija: una muñeca rota, un dibujo infantil y una foto de una niña con trenzas y una sonrisa igual a la de Valeria.

Llamó a su amigo, el inspector Ramírez, quien años atrás había llevado el caso del secuestro.
—Ramírez, necesito que hagas algo por mí.
—¿Después de quince años? Lorenzo, ese caso está cerrado.
—No para mí —dijo con voz grave—. Quiero saber quién es Valeria Gómez.

Mientras tanto, Valeria regresó a trabajar tras una semana de reposo. Notó que los demás compañeros la trataban con una mezcla de curiosidad y respeto: “El director fue a visitarte”, le decían, como si fuera un honor. Ella sonreía, pero por dentro estaba confundida.

¿Por qué la había mirado así? ¿Por qué sentía que lo conocía desde siempre?

Esa sensación creció cuando Lorenzo la convocó a su oficina. El edificio de Aeroméxico, imponente en Paseo de la Reforma, parecía más intimidante que nunca.

—Siéntate, por favor —dijo él, sin levantar la voz.
Valeria obedeció.
—He revisado tu expediente. Veo que creciste en Puebla, adoptada por la familia Gómez. ¿Sabes algo de tus padres biológicos?
La joven bajó la mirada.
—No mucho… solo que fui encontrada en un hospital cuando era niña. Nunca supe qué pasó.

Lorenzo apretó los puños bajo el escritorio.
—¿Podrías… mostrarme el documento de adopción? —preguntó con cautela.
—Claro… pero, ¿por qué me lo pide, señor?
Él respiró hondo.
—Solo… curiosidad profesional.

Esa noche, Valeria no pudo dormir. Sentía que algo se movía detrás de las palabras del director. Decidió buscar entre las cosas viejas que su madre adoptiva guardaba en una caja de metal. Allí estaba: un acta de ingreso a un orfanato con fecha de hace quince años… justo el año en que desapareció la hija del señor Andrade.

El corazón se le detuvo.

Al día siguiente, Ramírez visitó a Lorenzo con un sobre en la mano.
—Analicé los registros. La niña encontrada en Puebla fue ingresada con una herida en la cabeza y un lunar detrás de la oreja izquierda.
Lorenzo sintió un nudo en la garganta.
—Entonces…
—Entonces, Lorenzo, es muy probable que Valeria sea tu hija. Pero hay que confirmarlo con una prueba de ADN.

Lorenzo cerró los ojos, temblando entre esperanza y terror.

Esa tarde, Valeria recibió una llamada:
—Señorita Gómez, el director quiere verla nuevamente.

Cuando entró a su oficina, él estaba junto a un sobre sellado.
—Valeria —dijo con voz temblorosa—, necesito pedirte algo muy personal.
—¿De qué se trata?
—Una prueba genética.

El silencio se volvió pesado. Ella lo miró, intentando entender.
—¿Por qué?
—Porque creo que tú… podrías ser mi hija.

Las palabras la golpearon como una ráfaga.
—¿Qué dice? ¡Eso es imposible! —exclamó, retrocediendo.
—Lo sé, suena absurdo. Pero necesito saber la verdad.

Valeria salió de la oficina con el corazón desbocado. Todo lo que creía cierto se tambaleaba.
Aquella noche, frente al espejo, se tocó el lunar detrás de la oreja y lloró sin entender por qué.

Capítulo 3 – Bajo el mismo cielo


Pasaron los días con una tensión que podía cortarse con el aire. El laboratorio tardó una eternidad en entregar los resultados. Lorenzo evitaba mirar a Valeria en los pasillos, aunque su mente no pensaba en otra cosa.

Cuando por fin llegó el sobre sellado, el tiempo pareció detenerse.
Abrió el documento con manos temblorosas.
“Coincidencia genética: 99.98%”.

Lorenzo se llevó las manos al rostro. Lloró por primera vez en años.

Pidió verla en el hangar, lejos de las miradas curiosas.
Valeria llegó vestida con su uniforme, nerviosa.
—¿Por qué aquí? —preguntó.
Lorenzo sostuvo el sobre entre sus manos.
—Porque este es el lugar donde la perdí… y donde te encontré otra vez.

Le entregó el documento. Valeria lo leyó en silencio. Su respiración se quebró.
—Entonces… ¿usted es mi padre?
—Sí —respondió con la voz rota—. Y tú eres mi hija, Isabela.

Ella se cubrió la boca con las manos, las lágrimas brotando sin control.
Durante años había soñado con conocer a sus padres. Nunca imaginó que estuvieran tan cerca.

Lorenzo la abrazó con fuerza, como si temiera que el destino volviera a arrebatársela.
—Perdóname por no haberte encontrado antes.
—No tiene nada que perdonar —susurró ella—. Lo importante es que ahora estamos aquí.

El sonido de un avión despegando llenó el hangar. Ambos miraron hacia el cielo, teñido de naranja por el atardecer.

—Mira, papá —dijo Valeria con una sonrisa entre lágrimas—. Es nuestro cielo.
—Sí… el mismo cielo que te guardó todos estos años.

El avión ascendía, cruzando el horizonte, mientras el viento movía los cabellos de Valeria.
Lorenzo pensó en su esposa perdida, en los años vacíos, en el milagro improbable que acababa de suceder.

La vida le había devuelto lo que el destino le arrebató.

Y bajo el cielo inmenso de México, padre e hija se abrazaron, sabiendo que aquel momento marcaría el inicio de una nueva historia.

Comentarios