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Un joven que viajaba por las montañas en busca de aventuras encontró refugio para pasar la noche en una casa abandonada. Al abrir un cajón, se quedó horrorizado al ver una fotografía que le hizo latir el corazón con fuerza…

Capítulo 1: El Refugio en la Montaña


El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas de Oaxaca, tiñendo el cielo de tonos naranjas y púrpuras. Javier, un joven de veinticinco años, avanzaba por un sendero angosto que serpenteaba entre pinos y encinos, con la mochila cargada de provisiones y una cámara colgada al cuello. Era su primera gran travesía solo, una aventura para escapar de la rutina de la ciudad y reconectarse consigo mismo.

El viento soplaba con fuerza, haciendo que las hojas crujieran bajo sus pies, y un escalofrío recorrió su espalda. La caminata había sido más larga de lo que esperaba, y la noche caía con rapidez. Entre las sombras de los árboles, Javier divisó una construcción a lo lejos: una casa pequeña, aparentemente abandonada, con las ventanas cubiertas de polvo y las paredes manchadas por la humedad del tiempo.

—Por fin, un lugar donde resguardarme —murmuró, acelerando el paso.

Al acercarse, notó que la puerta estaba ligeramente abierta, y un olor a madera vieja y tierra húmeda se filtraba por el umbral. Javier dudó un instante, pero la necesidad de refugio superó cualquier temor. Empujó la puerta y entró.

El interior estaba en penumbra, iluminado solo por los últimos rayos de sol que se colaban por los vidrios rotos. Había muebles cubiertos de polvo y telarañas colgando de las esquinas. Sin embargo, lo más extraño era la sensación de quietud que lo envolvía, como si el lugar esperara a alguien.

—Buenas tardes —dijo Javier con cautela—. ¿Hay alguien aquí?

Una voz ronca respondió desde el fondo de la sala:

—Ah, joven… parece que la montaña le trajo hasta aquí.

Javier giró y vio a un anciano apoyado en un bastón. Su piel estaba curtida por el sol y sus ojos, aunque cansados, brillaban con curiosidad.

—Me llamo don Ernesto —dijo el hombre—. Vivo aquí hace muchos años. Pocas veces alguien se aventura hasta este rincón.

Javier explicó su situación y pidió quedarse a pasar la noche. Don Ernesto asintió, señalándole una habitación pequeña con una cama cubierta de sábanas gastadas. Mientras se instalaba, Javier notó un escritorio viejo con cajones cubiertos de polvo. Movido por la curiosidad, abrió uno y encontró un sobre amarillento con una fotografía antigua.

Al verla, el corazón de Javier se detuvo. Era la imagen de un niño que parecía idéntico a él… pero más joven. Sus ojos grandes, la forma de la cara, incluso la sonrisa; era como mirar un reflejo del pasado. En la parte posterior del retrato, con una caligrafía temblorosa, estaba escrito: “Mi hijo perdido, 1978”.

Javier levantó la mirada hacia don Ernesto, quien había entrado silenciosamente. El anciano lo observaba con una mezcla de tristeza y sorpresa.

—Ese… ese era mi hijo —dijo don Ernesto con voz quebrada—. Lo perdí hace muchos años… jamás pensé volver a ver su rostro.

Javier sintió un nudo en la garganta. Todo su cuerpo temblaba mientras las piezas del rompecabezas empezaban a encajar. —¿Usted… cree que… podría ser mi padre? —preguntó con voz temblorosa.

Don Ernesto negó con la cabeza, pero sus ojos se humedecieron. —No, joven… yo soy su abuelo. —Hizo una pausa, mirando la foto con nostalgia—. Hace décadas que no lo veo, y pensaba que jamás lo encontraría.

El silencio llenó la habitación. Javier necesitaba hablar, necesitaba confirmar. Sacó su celular y marcó el número de su padre. La llamada parecía eterna, cada segundo cargado de tensión. Finalmente, escuchó la voz al otro lado.

—Papá… creo que… he encontrado algo increíble —dijo, intentando contener la emoción—. Estoy con un hombre llamado don Ernesto… y él dice que es mi abuelo.

Un silencio profundo siguió a sus palabras. Luego, la voz de su padre se quebró:

—¿Estás seguro?… Déjame ver la foto.

Javier mostró la imagen a través de la cámara del teléfono. Los ojos de su padre se llenaron de lágrimas.

—Es él… es tu abuelo… no puedo creer que finalmente lo hayas encontrado —susurró su padre, con una mezcla de alivio y emoción que hacía temblar a Javier.

Don Ernesto se acercó, colocando su mano arrugada sobre la de Javier. —Nunca pensé que volvería a verlos… ustedes, mi familia… —dijo con voz baja, cargada de emoción—. Hay tantas cosas que debo contarte… historias que te revelarán secretos que ni siquiera tu padre conocía.

Javier respiró hondo. La montaña, la soledad, la noche oscura… todo había llevado a este momento. Sin embargo, una sensación de inquietud lo recorrió: había algo más, algo que don Ernesto aún no le había contado, algo que cambiaría la percepción de su propia historia.

Esa noche, mientras la tormenta comenzaba a azotar la casa abandonada con lluvia y viento, Javier no pudo dormir. La fotografía, el anciano, la llamada a su padre… todo lo mantenía en un estado de tensión y expectación. Fuera, el bosque murmuraba secretos antiguos, y él sentía que estaba a punto de descubrir no solo a su familia, sino también misterios que habían permanecido ocultos durante décadas.

La lluvia golpeaba con fuerza la ventana cuando don Ernesto se sentó frente a él, la mirada fija en la chimenea apagada. Con voz grave, comenzó a relatar la historia que cambiaría para siempre la vida de Javier: secretos de familia, pérdidas trágicas y decisiones que habían separado generaciones enteras.

—Javier… lo que te voy a contar no será fácil de escuchar —dijo don Ernesto, con los ojos llenos de lágrimas—. Pero es la verdad, y necesitas conocerla si quieres comprender de dónde vienes.

En ese instante, un golpe fuerte resonó en la puerta principal, y el anciano se tensó. Javier, sobresaltado, miró hacia la entrada mientras un pensamiento cruzaba su mente: tal vez la montaña no solo lo había llevado a un reencuentro… sino también a un peligro que ni siquiera había imaginado.

El capítulo terminó con la lluvia azotando la casa, el anciano temblando y la sensación de que aquel hallazgo podría traer consecuencias que cambiarían todo para Javier y su familia. La noche prometía revelaciones, secretos y un drama que apenas comenzaba.

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Capítulo 2: Secretos Entre Sombras


La tormenta seguía golpeando la montaña con fuerza. Cada trueno hacía vibrar las paredes de la vieja casa, y Javier sentía cómo la ansiedad se mezclaba con la emoción por lo que acababa de descubrir. Don Ernesto permanecía sentado frente a él, la mirada fija en la chimenea apagada, como si reviviera recuerdos que dolían demasiado para mencionarlos en voz alta.

—Todo comenzó hace más de cuarenta años —empezó el anciano con voz temblorosa—. Tu padre, cuando era niño, era solo un niño feliz, lleno de curiosidad y travesuras. Pero el destino, Javier… el destino nos separó de formas que jamás imaginé.

Javier escuchaba atentamente, sin poder apartar la vista del rostro arrugado de su abuelo. Cada palabra parecía abrir una puerta a un pasado desconocido, un pasado que había permanecido oculto en esa casa abandonada en las montañas.

—Tu abuelo, mi hijo —continuó don Ernesto—, era un hombre orgulloso, pero también… vulnerable. Una noche, durante un viaje por trabajo, ocurrió algo que cambió todo. Tu padre quedó a mi cuidado temporalmente, pero un accidente con la carretera lo llevó lejos de nosotros. Nadie supo de su paradero durante años. La familia se dispersó, y yo quedé aquí, con la esperanza de que algún día… alguien regresara.

Javier sentía un nudo en la garganta. La idea de que su padre hubiera estado perdido durante tanto tiempo, y que finalmente lo hubiera encontrado en esta montaña, le parecía casi irreal.

—Y la fotografía —preguntó con voz temblorosa—, ¿cómo llegó hasta aquí?

Don Ernesto suspiró. —La llevé conmigo todos estos años. Siempre guardé la esperanza de que un día alguien como tú apareciera. Alguien que pudiera cerrar el círculo de nuestra familia y sanar heridas que habían permanecido abiertas demasiado tiempo.

Un silencio pesado llenó la habitación, interrumpido solo por el golpeteo de la lluvia en los cristales. Javier necesitaba procesar todo, pero había algo en el tono del abuelo que le indicaba que la historia no había terminado.

—Javier —dijo don Ernesto, bajando la voz—, hay algo más. Algo que debes saber antes de que te vayas mañana.

Javier se inclinó hacia él, con el corazón latiendo a mil por hora.

—Cuando tu padre desapareció, hubo personas… personas que no querían que lo encontráramos. Él… estaba involucrado sin saberlo en algo mucho más grande de lo que parecía. Familias, secretos, negocios… cosas que prefirieron mantener en la sombra.

Javier tragó saliva. —¿A qué se refiere?

—No puedo decir mucho ahora —respondió don Ernesto, con un gesto de pesar—, pero debes tener cuidado. No todos querrán que este reencuentro ocurra. Algunos recuerdos del pasado siguen vivos, y algunos aún buscan venganza.

Un trueno retumbó justo encima de la casa, y Javier sintió un escalofrío recorrer su espalda. La montaña ya no parecía solo un lugar de descubrimiento y reencuentro, sino también un territorio lleno de amenazas silenciosas.

—Mañana, cuando contactes a tu padre —continuó don Ernesto—, no solo encontrarás a un hombre que te ama. También descubrirás secretos que cambiarán tu percepción de nuestra familia. Debes estar preparado para todo.

Javier se quedó en silencio, intentando asimilar lo que su abuelo acababa de decir. La idea de que su familia hubiera estado atrapada en misterios y conflictos durante décadas lo llenaba de una mezcla de miedo y curiosidad.

Esa noche, el joven apenas pudo dormir. Cada sombra que proyectaba la luz de la tormenta parecía esconder historias no contadas. Afuera, la lluvia no cesaba, y los árboles del bosque crujían como si susurraran advertencias antiguas. Javier comprendió que su aventura en la montaña no había terminado con el reencuentro con su abuelo; apenas estaba comenzando.

A la mañana siguiente, el cielo estaba despejado, y el aire olía a tierra mojada. Javier y don Ernesto desayunaron en silencio, con el anciano lanzando miradas de vez en cuando al horizonte, como esperando algo o alguien.

—Hoy irás a la ciudad —dijo finalmente don Ernesto—. Tu padre debe verte, pero recuerda mis palabras: no todo lo que escuches será fácil de aceptar.

Con el corazón lleno de expectativa y miedo, Javier emprendió el descenso por el sendero de la montaña. La ciudad estaba a unas horas, pero cada paso que daba lo acercaba no solo a su padre, sino también a secretos que podrían cambiar su vida para siempre.

Cuando llegó al pequeño pueblo al pie de la montaña, Javier llamó a su padre para coordinar el encuentro. La ansiedad era insoportable. Después de años de ausencia, finalmente podría abrazar a la figura que lo había dado todo, aunque la tensión en la voz de don Ernesto aún resonaba en su mente: “Algunos recuerdos del pasado siguen vivos, y algunos aún buscan venganza.”

El reencuentro fue emotivo y lleno de lágrimas. Padre e hijo se abrazaron con fuerza, y Javier sintió un alivio inmenso. Sin embargo, mientras su padre lo guiaba hacia la casa familiar para compartir historias y recuerdos, un hombre observaba desde la esquina de la calle, con gesto severo y mirada penetrante.

El desconocido parecía saber más de lo que debería, y Javier tuvo una sensación inquietante: su viaje no solo había sido un descubrimiento de familia, sino también el inicio de un conflicto que podría poner en peligro todo lo que ahora había encontrado.

La tarde caía, y mientras el joven intentaba disfrutar del cálido abrazo de su padre, la sombra del misterio y la amenaza persistía. Había secretos enterrados durante décadas, y algunos estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para mantenerlos ocultos.

El capítulo terminó con Javier mirando a su alrededor, consciente de que la felicidad del reencuentro era solo el principio. Afuera, el hombre de la esquina desaparecía entre la multitud, y una sensación de peligro latente llenaba el aire: algo oscuro y antiguo esperaba entre las sombras, listo para revelar más secretos y poner a prueba la fuerza de la familia finalmente reunida.

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Capítulo 3: El Legado Descubierto


El amanecer iluminaba la ciudad con una luz dorada que se reflejaba en las calles empedradas. Javier aún sentía el calor del abrazo de su padre, pero una inquietud persistente le recordaba que la historia de su familia no había terminado. Don Ernesto había sido claro: había secretos, y algunos podrían ponerlos en peligro.

Tras un desayuno improvisado, padre e hijo se sentaron en la sala de la casa familiar. Fotografías antiguas colgaban de las paredes, mostrando generaciones de familiares que Javier solo había visto en retratos amarillentos. Cada imagen contaba historias de vidas que habían luchado contra el tiempo, la distancia y el destino.

—Javier —dijo su padre con voz grave—, hay algo que necesito contarte. No todo lo que descubriste en la montaña es solo un reencuentro. Tu abuelo tenía razón: nuestra familia siempre estuvo marcada por decisiones que nunca comprendí del todo.

Javier lo escuchaba con atención, sintiendo que cada palabra lo acercaba más al misterio que había comenzado en esa casa abandonada.

—Cuando yo era joven —continuó su padre—, me involucré sin saberlo en asuntos que debieron permanecer ocultos. Personas poderosas y peligrosas querían que ciertas verdades se mantuvieran en secreto. Por eso desaparecí, y por eso tu abuelo nunca tuvo noticias mías durante tanto tiempo.

El joven tragó saliva, intentando comprender el alcance de lo que escuchaba. Era difícil creer que su vida, tan rutinaria y predecible hasta hace unos días, estuviera ahora entrelazada con secretos y peligros de décadas pasadas.

—Pero ahora estamos juntos —dijo Javier con firmeza—. Y quiero saber todo, aunque sea difícil.

Su padre asintió y abrió un cajón del escritorio, sacando un sobre con documentos antiguos y fotografías adicionales. Entre ellos, había recortes de periódicos, cartas y un mapa que señalaba ubicaciones remotas en las montañas de Oaxaca.

—Estos documentos —explicó su padre— pertenecen a tu abuelo y a la familia extendida. Contienen información que fue escondida para protegernos, y ahora, por fin, podemos reconstruir nuestra historia.

Mientras revisaban el contenido, Javier notó algo inquietante: un nombre repetido en varias cartas, alguien que parecía haber seguido cada movimiento de su familia durante años. Era el hombre que había visto en la esquina del pueblo la tarde anterior. Una sensación de peligro volvió a recorrerle la espalda.

—Debemos tener cuidado —dijo su padre—. No sabemos quién aún vigila, ni qué motivos tienen. Pero ahora que estamos juntos, podemos enfrentarlo y recuperar lo que nos pertenece.

Durante los días siguientes, Javier y su padre, con la guía de don Ernesto, comenzaron a reconstruir el pasado de su familia. Descubrieron historias de traición, pérdidas dolorosas y decisiones difíciles que habían marcado a varias generaciones. Cada revelación fortalecía el vínculo entre ellos y les daba fuerzas para enfrentar lo que viniera.

Una tarde, mientras exploraban un antiguo cobertizo mencionado en el mapa, encontraron documentos que revelaban que parte de la fortuna familiar había sido escondida para protegerla de aquellos que querían apropiarse de ella. Entre los papeles, también encontraron cartas de su madre y de su padre joven, llenas de amor y esperanza, a pesar de la separación y los obstáculos.

—Es increíble —murmuró Javier—. Todo esto… es nuestra historia, nuestro legado.

—Sí —dijo su padre, con lágrimas en los ojos—. Y ahora debemos protegerlo y asegurarnos de que las generaciones futuras conozcan la verdad.

Aquella noche, mientras el viento soplaba suavemente entre los árboles, Javier comprendió algo fundamental: la montaña no solo lo había llevado a descubrir a su abuelo, sino también a comprender la importancia de la familia, de la verdad y de enfrentar los miedos que habían permanecido ocultos durante décadas.

Don Ernesto, sentado frente a ellos, sonrió con una mezcla de orgullo y alivio. —Finalmente, la familia está reunida —dijo—. Después de tantos años, el tiempo nos ha dado una segunda oportunidad.

Al día siguiente, Javier decidió regresar a la montaña, al lugar donde todo había comenzado. Allí, frente a la casa abandonada, colocó la fotografía que había encontrado en el cajón. Miró el horizonte, respiró profundamente y sintió que la historia de su familia, aunque llena de desafíos y secretos, ahora estaba completa y en buenas manos.

Mientras descendía por el sendero, su corazón estaba ligero. Sabía que la montaña siempre guardaría sus secretos, pero ahora él también guardaba los suyos: secretos de amor, de pérdida, y de un reencuentro que había transformado su vida para siempre.

El hombre que había observado desde la esquina del pueblo nunca apareció de nuevo. La amenaza se desvaneció, como si la fuerza de la familia y la verdad hubieran logrado protegerlos. Javier, su padre y don Ernesto habían cerrado un ciclo, y aunque el pasado había sido complicado, el futuro prometía esperanza, unión y nuevas historias por vivir.

El sol se ocultaba nuevamente detrás de las montañas de Oaxaca, tiñendo el cielo de naranjas y púrpuras. Javier sonrió, sintiendo que cada paso, cada decisión y cada revelación lo habían llevado al lugar correcto: junto a su familia, en paz, con un legado que ahora podría proteger y honrar.

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