Capítulo 1: El Juego Comienza
El viento de la tarde recorría las calles empedradas de Oaxaca, llevando consigo los aromas de mole, tortillas recién hechas y el incienso de las iglesias. María estaba recostada en la pequeña habitación de su madre en el pueblo de Teotitlán, con las manos temblorosas sobre la manta bordada que su abuela había tejido décadas atrás. Su teléfono vibró. Un mensaje de Alejandro, su esposo:
"María, no te preocupes por nada. Descansa. Ya arreglé todo aquí."
María sonrió con amargura. Sabía exactamente lo que significaba “arreglé todo”: Alejandro había traído a Carmen, su amante, a vivir en su propia casa. La idea de traición la quemaba por dentro, pero había algo en su mirada que no revelaba miedo, sino determinación.
En la ciudad, Alejandro y Carmen se encontraban en el salón, rodeados de luces cálidas y la música de mariachis de fondo. Carmen se recargaba en el sofá, con los labios pintados de rojo intenso, y decía con una risa burlona:
—Finalmente, Alejandro. Ahora sí podemos ser felices sin preocuparte de ella.
Alejandro levantó la copa de vino, nervioso, pero con una falsa seguridad:
—Todo está bajo control, Carmen. Esta vez nadie nos va a molestar.
Lo que Alejandro no sabía era que María, desde Teotitlán, ya había activado su plan. Cada mensaje, cada suspiro fingido de debilidad, era parte de un juego cuidadosamente elaborado. Mientras él celebraba su “victoria”, ella observaba y planeaba.
—Sí, claro… —susurró María para sí misma—. Van a pagar por esto.
Esa noche, bajo la luz de la luna que iluminaba las callejuelas, María sonrió con fuerza y envió un último mensaje a Alejandro:
"¿Estás seguro de que todo está bajo control?"
En la ciudad, el sonido de un reloj antiguo marcaba las doce. Todo estaba a punto de cambiar.
Capítulo 2: La Casa de los Misterios
Alejandro y Carmen estaban instalados en la casa, confiados. La música tradicional llenaba los rincones y las sombras de las lámparas parecían bailar sobre las paredes. Sin embargo, un leve crujido los alertó. Carmen se giró, mostrando una mueca de curiosidad mezclada con miedo.
—¿Escuchaste eso? —preguntó, con voz temblorosa.
—Probablemente solo el viento —respondió Alejandro, tratando de sonar convincente—. No seas paranoica.
Pero no era el viento. La puerta del estudio se abrió sola, y un espejo reflejaba la silueta de una mujer que desapareció en un instante. Carmen dio un paso atrás, tropezando con la alfombra, mientras Alejandro comenzaba a sudar frío.
El teléfono de Alejandro vibró. Un mensaje de un número desconocido:
"Sé todo lo que has hecho. No te sientas seguro."
Carmen miró a Alejandro, sorprendida:
—¿Quién… quién envía esto?
—No lo sé… —respondió él, su voz apenas un susurro—. Esto no puede estar pasando…
Y entonces llegaron los golpes en las paredes, suaves al principio, luego cada vez más intensos. Los cuadros colgados comenzaron a inclinarse, y la música tradicional se transformó en un eco extraño, como si alguien estuviera cantando a lo lejos con una voz fantasmal. Carmen gritó, y Alejandro corrió hacia la puerta, pero estaba cerrada.
—¡Esto es imposible! —exclamó Alejandro, temblando—. ¡María! ¡Esto es tu culpa!
Pero María no estaba allí… al menos no todavía. En las sombras del salón, se movían figuras encapuchadas, amigos de María que ella había reclutado para esta noche. Cada sonido, cada movimiento, estaba calculado para aumentar el terror en la pareja traidora.
Carmen abrazó a Alejandro, sollozando:
—¡Tenemos que salir de aquí! ¡Esto no es normal!
Alejandro intentó abrir la ventana, pero algo invisible parecía bloquearlo. Cada mensaje que llegaba de “María” revelaba secretos íntimos que él creía ocultos: conversaciones con clientes, regalos de negocios, momentos privados. El pánico lo paralizó. Por primera vez en su vida, Alejandro sentía que había perdido el control.
María observaba desde la penumbra, su rostro iluminado por la luz de las velas, una sonrisa pequeña pero llena de fuerza. Su plan funcionaba a la perfección: Alejandro y Carmen estaban atrapados en su propia culpa y miedo.
Capítulo 3: La Revelación
La noche alcanzó su punto culminante cuando todas las luces se apagaron simultáneamente. Solo quedaban los destellos de las velas, iluminando los ojos asustados de Alejandro y Carmen. Una voz femenina resonó en la oscuridad:
—¿Creyeron que podrían jugar conmigo y salirse con la suya?
Alejandro intentó hablar, pero la voz parecía rodearlo, provenir de todas partes. Carmen se tapó los oídos, desesperada. De pronto, la luz volvió, y allí estaba María, de pie en el centro del salón, vestida con un huipil tradicional bordado con colores vivos de Oaxaca, radiante y firme.
—María… —balbuceó Alejandro, sin poder levantar la mirada.
—Sí, soy yo —dijo ella, con voz clara—. Y desde ahora, yo decido mi vida. Todo lo que hicieron, cada mentira, cada traición… tendrá su consecuencia.
Carmen gritó y corrió hacia la puerta, pero no antes de tropezar con un baúl lleno de recuerdos de Alejandro, sus cartas y regalos para ella, que María había dispuesto estratégicamente para que fueran visibles. Alejandro quedó paralizado, consciente de que su poder se había desvanecido por completo.
—¿Qué vamos a hacer? —susurró Carmen, mientras se marchaba de la casa, derrotada.
María sonrió, no con odio, sino con la fuerza de quien ha recuperado el control. Caminó hacia la ventana y observó el amanecer sobre los tejados coloridos de Oaxaca. La ciudad despertaba, y con ella, su nueva vida. Libre, dueña de sí misma y de su destino.
Alejandro se quedó solo, temblando, mientras comprendía que nunca más podría engañar ni dañar a María sin enfrentar las consecuencias.
María cerró la ventana, respiró profundamente y pensó:
—Hoy empieza mi vida. No más miedo, no más traición. Solo yo, y la libertad que siempre merecí.
Y con esa determinación, la noche secreta en Oaxaca llegó a su fin, dejando a todos con la sensación de que en esta ciudad de colores y tradiciones, la justicia y la astucia pueden ser más poderosas que cualquier riqueza o engaño.
‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.
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