Min menu

Pages

La madre acababa de ser llevada a un asilo, y los hijos se reunieron de inmediato, emocionados por repartir la herencia. Pero al caer la noche, sonó una llamada desconocida que convirtió la alegría de la tarde en un miedo inesperado…

Capítulo 1: Sombras en la herencia


El sol de Oaxaca comenzaba a ocultarse tras los tejados de teja roja cuando Doña Carmen, con la espalda encorvada y la mirada firme, fue llevada en su silla de ruedas al Instituto San Felipe, un pequeño hogar para ancianos en el centro histórico. Sus cuatro hijos caminaban tras ella, cada uno con pensamientos diferentes. Héctor, el mayor, fruncía el ceño, repasando mentalmente la lista de bienes que pensaba reclamar. Diego, con una sonrisa nerviosa, bromeaba sobre lo ridículo que era preocuparse por las vajillas antiguas. Lucía sostenía la mano de su madre, intentando que su voz no temblara, mientras Marisol miraba el camino, como evaluando en silencio qué podría aprovechar.

Al regresar a la vieja casa familiar, la luz del atardecer bañaba las paredes cubiertas de azulejos pintados y cuadros de paisajes de Oaxaca. Héctor no perdió tiempo y se dirigió al grupo:

—Escuchen, nadie va a tocar esta casa sin mi autorización. Yo me encargo de todo.

Diego se rió con desdén:

—¡Claro, como siempre! ¿Qué sería de esta familia sin tu “sensatez” para el dinero?

Lucía suspiró, tratando de calmar los ánimos:

—Por favor, no empecemos hoy. Mamá necesita tranquilidad…

Marisol, mientras tanto, recorría con la mirada cada objeto: los jarrones de barro negro, las máscaras de calavera pintadas a mano, los muebles de madera tallada. Ninguno notó que el tiempo comenzaba a transformarse en tensión, cada gesto y palabra cargado de egoísmo y resentimiento.

Al caer la noche, la casa estaba envuelta en un silencio extraño, solo interrumpido por la música de un Mariachi lejano que atravesaba las callejuelas empedradas. Todos creían que la distribución de la herencia estaba clara: Héctor se quedaría con la casa, Diego con los objetos de valor, Lucía cuidaría de su madre, y Marisol… bueno, Marisol decidiría luego.

Pero cuando la oscuridad se asentaba, el teléfono antiguo de la sala sonó. Fue un sonido seco, inesperado, que hizo que todos se miraran con alarma. Lucía levantó el auricular:

—¿Hola?

Una voz surgió del otro lado, baja y firme, tan cercana como desconocida:

—¿Creen que su madre ha guardado todos sus secretos?

El corazón de Lucía dio un vuelco. Héctor dio un paso adelante, furioso:

—¿Quién habla? ¡¿Qué quieren?!

La voz continuó, calmada pero cargada de una amenaza invisible:

—Un tesoro antiguo, olvidado por generaciones… y un misterio que hizo desaparecer a alguien de su familia… Todo está más cerca de lo que creen.

El silencio invadió la sala. Nadie respiraba, solo la música lejana de los Mariachis parecía acompañar el miedo que comenzaba a crecer. Diego se apoyó en la mesa, con una risa nerviosa que no convencía a nadie:

—Esto… esto debe ser una broma.

Marisol frunció el ceño, instintivamente buscando algún rincón donde esconder algo valioso, como si la llamada fuera un aviso. Lucía, con las manos temblorosas, murmuró:

—No… no puede ser. Mamá… ¿qué esconde?

El reloj marcó la medianoche y la ciudad parecía contener el aliento. La llamada se cortó, dejando un eco inquietante. La tensión entre los hermanos creció: Héctor intentó comunicarse con el instituto, pero la línea estaba ocupada. Diego y Marisol comenzaron a discutir, acusándose mutuamente de inventar historias. Lucía observaba las sombras que la luz de la calle proyectaba sobre los cuadros y jarrones, sintiendo que el pasado de su madre se filtraba en cada rincón de la casa.

Ese primer capítulo cerró con un nudo en la garganta: todos sabían que algo oculto estaba a punto de cambiar sus vidas.

Capítulo 2: El secreto del sótano


La madrugada cayó sobre Oaxaca con un manto de niebla que envolvía las calles empedradas. Los cuatro hermanos permanecían en la sala, sin dormir, escuchando el silbido del viento y el eco lejano de los tambores de un festival nocturno. La llamada había dejado un rastro de miedo que nadie podía ignorar.

Héctor, con el ceño fruncido, se levantó de un salto:

—No podemos quedarnos sentados. Si hay algo escondido en esta casa, lo encontraremos nosotros primero.

Lucía intentó detenerlo:

—Héctor, espera… no sabemos lo que enfrentamos.

—¡Eso no importa! —gritó él—. Todo este tiempo nos hemos preparado para esto, ¿y tú quieres quedarte cruzada de brazos?

Diego se recostó en el sofá, cruzando los brazos con desdén:

—¿Preparados? Por favor, es un tesoro de barro y madera, ¿qué puede pasar?

Marisol, con un brillo calculador en los ojos, finalmente habló:

—Si vamos a buscar, debemos hacerlo juntas. No queremos que alguien se robe lo que no le corresponde.

El grupo descendió al sótano, un lugar que hacía años nadie había visitado. La escalera de madera crujía bajo sus pasos, y un olor a humedad y polvo les golpeó la nariz. Lucía encendió una lámpara y los haces de luz iluminaron paredes cubiertas de cuadros antiguos y recuerdos familiares.

—Miren —susurró Marisol, señalando una trampilla oculta—. Allí…

Héctor la abrió con fuerza, revelando un espacio oscuro y polvoriento. El aire dentro estaba cargado de misterio y algo más: una sensación de que el pasado los observaba.

Mientras descendían, la lámpara iluminó cofres y cajas viejas, algunas llenas de documentos y fotografías antiguas. Diego, moviendo un cofre con cuidado, encontró un conjunto de galletas de barro pintadas con símbolos que reconocía de los relatos que su madre les contaba sobre los antepasados.

De repente, un ruido sordo los sobresaltó. Lucía miró hacia la escalera y vio la sombra de una figura conocida: Doña Carmen. Su madre estaba allí, con un bastón, la mirada severa pero serena.

—¡Mamá! —exclamó Héctor— ¿Cómo llegaste hasta aquí?

Doña Carmen los miró fijamente y dijo:

—He sabido de la llamada. Y sé lo que han hecho esta noche. Este tesoro… no es lo que creen.

Marisol retrocedió, sorprendida:

—¿Entonces todo esto…?

—Es una lección —interrumpió Doña Carmen—. No de codicia, sino de familia. La avaricia ha separado a muchos en generaciones pasadas, y ustedes casi cometen el mismo error.

Los hermanos intercambiaron miradas de culpa, mientras el eco de las palabras de su madre resonaba entre las paredes húmedas del sótano. Allí, bajo el polvo y las telarañas, comprendieron que lo que buscaban no era un tesoro de barro o dinero, sino la verdad sobre su historia y los lazos que los unían.

Capítulo 3: La elección final


El amanecer de Oaxaca tiñó las casas de colores cálidos, y con él llegó la claridad sobre la noche anterior. La familia permanecía en el sótano, observando los cofres y documentos que habían descubierto. Doña Carmen caminó lentamente, apoyándose en su bastón, y se detuvo frente a ellos:

—Este tesoro —dijo, señalando los cofres— perteneció a sus abuelos. Contiene piezas de gónima, documentos, y recuerdos de alguien que desapareció por la ambición de otros. Ahora ustedes deben decidir: ¿seguir la codicia o proteger la familia?

Héctor, con los hombros tensos, respiró hondo:

—He… he sido egoísta. Pensé que todo esto era solo mío.

Diego bajó la cabeza:

—Yo también. Me burlé de la familia, de ustedes…

Lucía, con lágrimas en los ojos, tomó la mano de su madre:

—No importa lo que pasó, mamá. Estamos aquí, juntos.

Marisol suspiró, y por primera vez mostró una sonrisa genuina:

—Tal vez hemos aprendido algo que el dinero nunca podría enseñar.

Doña Carmen asintió, satisfecha. Con su bastón, selló la trampilla del sótano, cubriendo el tesoro con polvo y telarañas nuevamente. La familia, exhausta pero aliviada, salió de la casa hacia las calles de Oaxaca. La ciudad comenzaba a despertar: los vendedores de tamales, los músicos del Mariachi, los aromas de chocolate caliente y pan dulce. Todo parecía normal, pero ellos sabían que nada sería igual.

El pasado seguía allí, en cada pared, en cada objeto, pero la lección estaba aprendida. La verdadera riqueza no era el tesoro escondido, sino la unión que lograron restaurar. Mientras caminaban juntos, el viento traía la música de los Mariachis, un recordatorio de que el futuro se construye con decisiones y amor, no con codicia.

Y así, en el corazón de Oaxaca, una familia que casi se destruye por el deseo de riqueza encontró la manera de reconciliarse, guardando sus secretos, pero fortaleciendo sus lazos para siempre.

‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.

Comentarios