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Un barrio antiguo de la Ciudad de México, donde aún se conservan mansiones de estilo francés de la época colonial. Un arquitecto es contratado para restaurar una de estas casas abandonadas. Al entrar en la sala, descubre un cuadro antiguo cuyos ojos parecen “seguir” cada uno de sus movimientos. Poco a poco, empiezan a revelarse secretos sobre un escándalo que ocurrió hace más de un siglo…

Capítulo 1: La Entrada al Olvido


El aire de la calle empedrada olía a humedad y a pasado olvidado. Miguel Rivera ajustó la correa de su mochila mientras contemplaba la mansión frente a él: imponente, decadente, con sus ventanas altas cubiertas de polvo y cortinas raídas que se agitaban con la brisa. Desde el primer momento en que cruzó el umbral, un escalofrío recorrió su espalda.

—Vaya… —murmuró para sí—. Esto sí que es un reto.

El hall de entrada estaba cubierto de polvo y telarañas, y un olor a madera vieja y humedad impregnaba cada rincón. Miguel encendió su linterna y observó un gran retrato que dominaba la pared del salón: una mujer de rostro pálido y vestido francés del siglo XIX, con unos ojos tan penetrantes que parecían seguirlo en cada movimiento.

—No puede ser… —susurró—. Sólo es una pintura. Nada más.

Pero no pudo evitar sentir que aquellos ojos hablaban, que lo evaluaban. Avanzó hacia la escalera, y un crujido lo hizo detenerse. Detrás de él, una puerta se cerró de golpe. Miguel giró, pero no había nadie. El corazón le latía con fuerza.

—Tranquilo… solo es el viento —se dijo, aunque sabía que el viento no podía abrir puertas con tanta fuerza.

Durante las siguientes horas, mientras inspeccionaba la mansión, sucedieron cosas extrañas: pasos en los pasillos vacíos, susurros que parecían llamarlo por su nombre, sombras que se movían justo fuera del alcance de su vista. Cada vez que se acercaba al retrato, sentía una presión en el pecho, como si la mujer del cuadro intentara transmitirle un mensaje.

Miguel decidió investigar la historia de la mansión. En la biblioteca del pueblo, entre volúmenes antiguos y documentos amarillentos, descubrió una noticia que heló su sangre: Isabella, la hija de la familia propietaria, había sido asesinada en esa misma mansión hacía más de un siglo. El asesino nunca fue encontrado y, según los rumores, la mansión quedó marcada por su espíritu, condenada a la soledad y al miedo.

Esa noche, mientras Miguel trabajaba solo, escuchó un susurro que claramente decía:

—Miguel… ayúdame…

Se giró, pero no había nadie. La voz provenía del retrato. Su corazón se detuvo por un instante y comprendió que aquella mujer no estaba muerta, o al menos, su presencia aún no había abandonado este mundo.

Capítulo 2: El Laberinto de la Mansión


Los días siguientes, Miguel empezó a notar cambios imposibles. Los pasillos parecían alargarse, los muebles cambiaban de lugar mientras él no miraba, y la mansión se transformaba en un laberinto interminable. Cada puerta que abría lo llevaba a un lugar distinto del que recordaba.

—Esto… no puede ser real —dijo, respirando con dificultad mientras palpaba las paredes que se estiraban ante él—. Estoy cansado… no puedo…

Una noche, mientras subía las escaleras del ala oeste, escuchó un lamento detrás de él:

—¡Miguel… mira!

Se giró y vio, por primera vez, la figura translúcida de Isabella. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y furia. Miguel retrocedió, tropezando con la alfombra.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó con voz temblorosa.

—Que se haga justicia… que se conozca la verdad —respondió ella, con un tono que mezclaba súplica y desesperación—. Mi asesino sigue sin pagar… y yo no puedo descansar.

Miguel comprendió entonces que no se trataba solo de restaurar la mansión, sino de descubrir la verdad detrás de aquel crimen antiguo. Con la ayuda de planos antiguos y su conocimiento de arquitectura, comenzó a trazar un mapa mental del laberinto que la mansión había creado, intentando encontrar un patrón en el caos. Cada puerta, cada corredor interminable, parecía guiarlo hacia la verdad que Isabella quería revelarle.

Horas y días se convirtieron en una mezcla confusa de luz y sombras. A veces Miguel se encontraba en habitaciones que no recordaba haber visto, con objetos que parecían pertenecer a otra época. En un momento, frente al retrato, escuchó:

—Sigue… busca donde nadie mira…

Miguel supo entonces que debía encontrar la habitación secreta, el lugar donde todo había comenzado, donde Isabella había sido traicionada y asesinada por alguien de su propia familia.

Capítulo 3: La Verdad Liberadora


Tras noches de investigación y encuentros con la aparición de Isabella, Miguel finalmente localizó una pared que, al tocarla, parecía vibrar bajo sus dedos. La presión de la mansión se intensificó, como si resistiera ser descubierta. Con un esfuerzo desesperado, encontró un mecanismo oculto que abrió un compartimento secreto.

Dentro, había un escritorio antiguo, con un diario y cartas de la familia, y un puñado de objetos personales que demostraban la identidad del asesino: el tío de Isabella, movido por celos y ambición. Miguel leyó las palabras en voz alta, siguiendo las instrucciones que sentía que la misma Isabella le dictaba desde el retrato:

—Ahora puedes descansar… —susurró la voz de la niña, mientras la mansión parecía relajarse, los pasillos se acortaban y la atmósfera se volvía menos opresiva.

El retrato ya no lo seguía con la mirada, y un rayo de luz de la mañana se coló por las ventanas polvorientas. Miguel sintió una paz inesperada y un nudo en la garganta. La mansión había liberado su secreto, y el espíritu de Isabella finalmente podía descansar.

Al salir de la mansión, Miguel se detuvo frente al edificio y respiró profundo. La silueta de Isabella apareció un instante más, sonrió y desapareció.

—Descansa en paz, Isabella —murmuró Miguel—. Tu historia será contada.

Con la experiencia grabada en su memoria y los documentos recuperados, Miguel decidió registrar todo en su archivo de restauraciones, asegurándose de que la historia de Isabella y la Mansión Olvidada no se perdiera jamás.

‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.

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