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Un pequeño pueblo a la orilla del río en Chiapas, donde cada temporada de lluvias el agua se tiñe de rojo como sangre y arrastra consigo los cuerpos de personas que murieron hace mucho tiempo. Un grupo de jóvenes decide remar por el río para descubrir la causa y descubre que antiguos rituales todavía se practican en lo más profundo y oscuro de la selva…

Capítulo 1: El río que sangra


El rugido de la lluvia golpeaba el techo de lámina como un tambor incansable. Diego se inclinó sobre la proa de la pequeña lancha, observando con horror cómo el río Chiapas se extendía ante ellos teñido de un rojo intenso, casi como la sangre fresca.

—¿Viste eso? —susurró Mateo, con la voz temblorosa—. ¡No es posible… es demasiado… rojo!

Isela tragó saliva, mirando cómo los restos flotaban entre las olas. Fragmentos de cuerpos antiguos, con vestigios de ropa de hace décadas, emergían y desaparecían entre la corriente.

—No podemos seguir… esto… esto no es natural —dijo Lucía, abrazándose a sí misma—. La gente del pueblo tenía razón… deberíamos habernos quedado.

Diego apretó el remo con fuerza.
—Si corremos sin saber, nunca entenderemos qué pasa. Algo provoca esto… y debemos descubrirlo.

Las sombras del bosque se acercaban al río, y los troncos de los árboles parecían retorcerse, proyectando formas que imitaban figuras humanas. Un aullido extraño se mezcló con el chapoteo del agua. No era un animal conocido, sino un grito que parecía venir de los mismos muertos que flotaban en la corriente.

—¡Miren! —gritó Mateo—. Allí… algo se mueve en la orilla.

A través de la lluvia, Isela distinguió figuras blancas y difusas que se deslizaban entre los troncos, casi invisibles, pero claramente observándolos. Un escalofrío recorrió su espalda.

—Esto… esto es un ritual —susurró Diego, recordando los relatos de los ancianos—. Mi abuelo decía que hace siglos se hacían sacrificios para que la lluvia no dañara las cosechas. Y algo… algo nunca terminó.

El viento se intensificó, y la lancha fue empujada hacia un pequeño claro donde los restos de un templo antiguo surgían entre la maleza. Piedras cubiertas de musgo y estatuas de deidades crueles miraban con ojos vacíos. La sangre seca aún manchaba los escalones de piedra.

—¡Esto es… imposible! —gritó Lucía, retrocediendo—. ¿Qué hacemos aquí?

Isela, con la voz firme, respondió:
—Tenemos que continuar. Si esto sigue, el río seguirá arrastrando los muertos… y nosotros también podríamos ser arrastrados si no entendemos el porqué.

De repente, el río se agitó con violencia. Las olas golpeaban la lancha, y manos oscuras surgieron del agua, intentando arrastrarlos. Diego y Mateo fueron separados, gritando en la tormenta mientras Isela y Lucía tropezaban hacia el templo. Entre las piedras, descubrieron un hueco que contenía huesos humanos y amuletos hechos con sangre fresca. Un olor metálico y penetrante llenó el aire, y una voz ancestral pareció susurrar desde lo profundo del bosque:
—Libérennos… libérennos…

Lucía retrocedió horrorizada, pero Isela sintió una resolución que no podía ignorar: algo debía hacerse para romper el ciclo.

Capítulo 2: La elección de Isela


El viento se volvió cortante, y la lluvia golpeaba con furia sobre la selva. Cada árbol parecía inclinarse hacia la lancha, extendiendo ramas como brazos amenazantes. Las sombras de los espíritus flotaban alrededor de Isela y Lucía, susurros de dolor y rencor llenaban el aire.

—¡Isela, tenemos que irnos! —gritó Lucía, su rostro pálido—. ¡No podemos enfrentarlo!

—No puedo —respondió Isela, sin apartar la mirada de los huesos y amuletos—. Si seguimos corriendo, nunca terminará… el río seguirá arrastrando a los muertos.

Lucía lloró, temblando mientras la corriente parecía llamar a Diego y Mateo con voces entrecortadas. Un relámpago iluminó las estatuas del templo, revelando gestos de sacrificio y desesperación. Cada símbolo grabado en piedra parecía brillar con una luz propia, y las sombras de los árboles bailaban como si fueran entes vivos.

—Mira esto —dijo Isela, señalando las marcas de sangre seca en los escalones—. Si completamos el ritual… puede que podamos liberar a las almas.

—¡Pero alguien tiene que morir! —susurró Lucía horrorizada—. Esto es locura…

Isela tragó saliva, sus manos temblando mientras tomaba un pequeño cuchillo ceremonial cubierto de runas antiguas.
—Si no lo hago, todos sufriremos… incluso tú —dijo con voz firme—. Es mi decisión.

Un rugido del río los sacudió, y de repente, las aguas se elevaron, golpeando la orilla y haciendo que Lucía casi cayera. Los espíritus emergieron en formas humanas, llorando y gimiendo.
—¡Isela! —gritó Lucía—. ¡No lo hagas!

—¡Debe terminar! —gritó Isela sobre el ruido del viento—. ¡Por favor, confía en mí!

Con un último vistazo a su amiga, Isela se colocó frente al río, siguiendo los símbolos antiguos. Cortó su palma y dejó que su sangre se mezclara con el agua, mientras recitaba palabras que había memorizado de los pergaminos antiguos escondidos en la biblioteca del pueblo.

El río parecía absorber la sangre y, poco a poco, los espíritus dejaron de gritar. Las manos negras emergentes se desvanecieron, y los cuerpos flotantes comenzaron a hundirse suavemente. Diego y Mateo, empapados y exhaustos, lograron llegar a la orilla mientras Lucía lloraba sin consuelo junto a Isela.

Isela cayó al suelo, débil pero consciente, viendo cómo los fantasmas de la selva desaparecían lentamente en la lluvia que comenzaba a disminuir.

—Lo… logramos —murmuró Mateo, con voz ronca—. El río… se está calmando.

Lucía tomó la mano de Isela, abrazándola mientras lágrimas mezcladas con lluvia corrían por sus mejillas. El cielo se aclaraba lentamente, y el horror de la noche comenzaba a ceder ante la luz gris del amanecer.

Capítulo 3: El silencio después de la tormenta


El sol apenas iluminaba la selva cuando Lucía y Mateo ayudaron a Isela a caminar de regreso al pueblo. El río Chiapas ya había recuperado su color natural, y la corriente parecía tranquila, como si la tormenta de la noche anterior hubiera sido solo un mal sueño.

—Nunca volveré a mirar este río de la misma manera —susurró Lucía, todavía temblando—. Todo lo que vimos… nunca lo olvidaremos.

Mateo asintió, en silencio, observando la quietud de las aguas y los árboles que ahora parecían inofensivos.
—Es como si todo hubiese vuelto a la normalidad… pero sé que no es así. El río… los espíritus… todavía están ahí, esperando.

Isela apoyó la cabeza contra el hombro de Lucía, agotada y aliviada al mismo tiempo.
—El ritual funcionó… liberamos a las almas. Pero debemos guardar esto en secreto. Nadie en el pueblo puede saber lo que ocurrió.

El pueblo los recibió con miradas preocupadas, pero nadie preguntó. Los ancianos murmuraban entre ellos, conscientes de que algo había sucedido, pero respetando el silencio sagrado. La vida volvió lentamente a la rutina, aunque los ecos del río sangrante aún resonaban en sus mentes.

Esa temporada de lluvias, el río dejó de teñirse de rojo. Pero las historias continuaron contándose, como advertencia para quienes osaran desafiar los secretos antiguos de la selva de Chiapas: algunas tradiciones nunca mueren, y los rituales olvidados siempre esperan en la oscuridad, ocultos entre los árboles y las aguas silenciosas.

‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.

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