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Un pequeño pueblo en Oaxaca, famoso por la tradicional celebración del “Día de los Muertos”. Cada año, cuando los habitantes decoran las tumbas y realizan los rituales, algunas personas comienzan a desaparecer. Se corre el rumor de que un espíritu antiguo está “cobrando la cuenta” de aquellos que no respetan a sus antepasados. Una joven decide investigar y descubre algo que cambia todo…

La Noche de los Demonios
Capítulo 1 – Sombras en San Miguel


El viento recorría los estrechos callejones de San Miguel de las Sombras con un murmullo que parecía llevar secretos antiguos. Las casas de adobe se alineaban como guardianes silenciosos de la historia del pueblo, y las cúpulas coloridas de los altares resplandecían entre la neblina matutina. Sin embargo, algo estaba roto en la rutina de cada año: el “Día de los Muertos” se acercaba, pero la alegría habitual había desaparecido.

Isabela, de diecisiete años, corría con la mochila al hombro hacia la plaza principal. Sus ojos grandes reflejaban tanto curiosidad como una pizca de miedo.

—¿Abuelo Hernán? —llamó, entrando en la pequeña casa de su abuelo—. ¿Por qué todos están tan callados este año?
—Mi niña… —dijo Hernán, ajustándose el sombrero de palma—. Las desapariciones… han regresado. Tres vecinos han desaparecido en la última semana. Algunos dicen que es un castigo de los espíritus antiguos.

Isabela tragó saliva. Las historias que Hernán le contaba desde niña, sobre el espíritu de la máscara, que castigaba a quienes olvidaban a sus antepasados, ahora parecían más reales que nunca.

—¿De verdad crees en eso, abuelo? —preguntó ella, tratando de sonar valiente.
—Creo en lo que veo —respondió Hernán, señalando hacia el cementerio en la colina—. Hay cosas que no debemos desafiar.

Esa noche, mientras los pobladores colocaban velas y flores de cempasúchil en los altares, Isabela caminó sola por el sendero que conducía al campo abierto detrás del pueblo. Una niebla densa envolvía cada árbol, cada tumba, y el aire estaba impregnado de un olor dulce y extraño. Entonces, lo vio: una figura alta, cubierta con una máscara decorada con calaveras y motivos antiguos, bailaba entre la neblina. Sus movimientos eran hipnóticos y aterradores al mismo tiempo.

—¿Quién eres? —susurró, aunque sabía que nadie respondería.

La sombra desapareció en un parpadeo, dejando tras de sí un susurro: “No todos respetan a sus muertos”.

Esa noche, Isabela decidió que debía descubrir la verdad. Si alguien en el pueblo iba a enfrentar lo desconocido, sería ella. Pero lo que aún no sabía era que este primer encuentro sería solo el inicio de un viaje hacia lo inimaginable.

Capítulo 2 – El Umbral de los Espíritus


La noche siguiente, Isabela regresó al campo, llevando consigo un pequeño altar portátil y algunas flores. El aire estaba cargado de electricidad; el viento parecía hablarle directamente. Entre los matorrales, apareció nuevamente la figura de la máscara. Esta vez, su danza fue más intensa, casi desenfrenada. El suelo parecía vibrar con cada paso, y los árboles se curvaban hacia ella como si quisieran advertirle.

—¡Aléjate! —gritó Isabela, pero su voz se perdió entre los ecos de la neblina.

La figura avanzó, y de repente, el mundo a su alrededor cambió. El cielo se volvió negro como el carbón, las estrellas desaparecieron, y el tiempo pareció doblarse. Del suelo surgieron sombras, antiguos pobladores y rostros conocidos, todos murmurando en un idioma que era a la vez familiar y ajeno. Isabela sintió que su corazón se aceleraba; cada paso que daba parecía llevarla más adentro de una dimensión donde los vivos y los muertos se confundían.

—Isabela… —una voz profunda resonó a su lado—. Para salvar a tu pueblo, debes demostrar respeto verdadero a tus ancestros.

Era Hernán, pero su figura estaba etérea, como si también él hubiera cruzado al otro mundo.
—¿Cómo lo hago, abuelo? —preguntó ella, con los ojos llenos de lágrimas.
—Debes ofrecer lo que solo tú puedes crear… tu corazón en forma de máscara —dijo Hernán, mientras la figura enmascarada se acercaba lentamente.

Isabela tomó respiración profunda y comenzó a crear máscaras con flores y papel, siguiendo los ritmos que Hernán le indicaba. Cada movimiento era un acto de respeto, cada pétalo colocado con devoción. La figura del espíritu empezó a titilar en la distancia, como si midiera la sinceridad de su esfuerzo.

El aire se volvió más pesado. Isabela sintió cómo las ilusiones del espíritu trataban de confundirla: vio a sus amigos convertidos en monstruos, a sus vecinos transformarse en sombras grotescas, y escuchó gritos de angustia que no existían. Pero ella se mantuvo firme, repitiendo las palabras que su abuelo le había enseñado:

—“Honro a mis ancestros y respeto su memoria. No busco poder, solo paz para mi pueblo.”

Un destello brillante iluminó el campo, y la máscara comenzó a desaparecer lentamente, llevándose consigo las sombras que habían sembrado el caos en su mente.

Capítulo 3 – La Danza de la Reconciliación


La madrugada cayó sobre San Miguel de las Sombras. Isabela, exhausta pero decidida, regresó al pueblo con las máscaras terminadas. Colocó cada una sobre las tumbas de los ancestros de los vecinos desaparecidos, y con un hilo de voz comenzó a cantar canciones tradicionales mientras danzaba entre las velas encendidas.

—¡Isabela! ¡Lo estás haciendo bien! —gritó Hernán desde la plaza—. Siente el respeto, siente la conexión.

La figura enmascarada apareció por última vez. Esta vez, su presencia no era amenazante; era majestuosa y solemne. Cada paso que daba la joven enviaba ondas de luz que tocaban los altares y devolvían a los desaparecidos a la realidad. Poco a poco, los vecinos que habían sido tomados por el espíritu regresaron a sus hogares, confundidos pero ilesos.

El espíritu dio un último giro antes de desvanecerse en la neblina, dejando detrás un rastro de flores y un aire cálido que abrazaba a todo el pueblo. Los habitantes, todavía temblorosos, comprendieron que la amenaza había pasado, pero que la memoria de sus antepasados debía mantenerse viva para siempre.

Isabela se sentó junto a Hernán, viendo el amanecer teñir de oro las colinas de Oaxaca.
—Lo hiciste, mi niña. Has salvado al pueblo —dijo Hernán, acariciando su cabello.
—Pero abuelo… —murmuró ella—. ¿Volverá el espíritu algún día?
—Siempre está vigilante —respondió él—. No para hacer daño, sino para recordarles que la memoria de los que se fueron nunca debe ser olvidada.

Isabela sonrió con cansancio y satisfacción. Ahora entendía que ser la guardiana de la tradición no era un castigo, sino un honor. Cada “Día de los Muertos”, mientras las velas ardieran y las máscaras decoraran las tumbas, ella sabía que su pueblo estaría protegido, y que los espíritus, aunque temibles, eran también sus guardianes.

El viento acarició su rostro y pareció susurrarle: “Recuerda siempre a quienes vinieron antes que tú…”

Y así, en San Miguel de las Sombras, la noche del espíritu y de la memoria se convirtió en una leyenda que los vivos contarían por generaciones.

‼️‼️‼️Nota final para el lector: Esta historia es completamente híbrida y ficticia. Cualquier parecido con personas reales, hechos o instituciones es pura coincidencia y no debe interpretarse como un hecho periodístico.

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